sábado, 13 de diciembre de 2014

Mente masculina

Luis pasó el dia de trabajo tranquilo, sin estresarse demasiado por las continuas presiones del Sr Miquel, su jefe. Los últimos meses de trabajo habían sido una suerte de pequeños desastres comerciales derivados de la crisis que habían llevado poco a poco a la pequeña empresa familiar al borde de la quiebra. La tensión se palpaba en el ambiente y las bromas, risas y buen rollo de antaño habían dado paso poco a poco a una situación cotidiana de angustia, desesperanza y tensión. Sin duda, el despido de Mireia fue el detonante por el que los demás empleados atisbaron la magnitud de los problemas reales de la empresa.
Luis era uno de los empleados más antiguos y de mayor confianza. Aunque no contaba con ser despedido, sí que veía clara la posibilidad del cierre de la empresa y del temido paro para los cuarentones mandos intermedios.
Sin embargo aquél martes era especial. Todos los días están repletos de pequeñas motivaciones, de metas cotidianas en las que visualizarse y obtener diminutos disfrutes. La motivación de aquél martes era sin duda el partido de Champions. No. No es idiotez. Cada vez que Luis aquella mañana se encontraba en medio de un desaguisado o de una alerta de impago, cerraba los ojos y se decía a sí mismo: “no passa res nen, avui al vespre gaudiràs al veure el partidet del Barça, no et capfiquis ara amb això…demà ho solucionem” .

A las seis y media Luis cerró el despacho y bajó las escaleras a toda prisa dispuesto a disfrutar del resto del día.
Con un “wazzap” Mayte le había recordado que debía pasar por el súper a comprar comida para el chucho;  “de aquella del bote rojo, no vuelvas a equivocarte como de costumbre”. Obediente, Luis entró en el establecimiento y se llevó la comida para el perro, la del bote rojo, aunque aprovechó también para coger un par de latas de cerveza de aquella marca checa de las ocasiones especiales junto a sus amados cacahuetes fritos, auténtico alimento imprescindible en cualquier evento futbolístico de nuestro amigo.
Por el camino iba escuchando la retransmisión de Rac1 con la previa del partido: los miedos de los periodistas al enfrentarse al Celtic sin Messi, el recordatorio de la dolorosa derrota del año pasado en el mismo Celtic Park, los problemas tácticos frente  a un equipo ultradefensivo o las tópicas dudas por la titularidad sorpresiva de Bartra.

La media hora anterior al partido la empleó en usos cotidianos que le perdonaran a ojos de Mayte las dos horitas de las que iba a disponer de la televisión en exclusiva. La cena del niño, el barrido y fregado de la cocina así como el repaso a la agenda del pequeño lo eximieron de futuras responsabilidades del cotidiano del hogar para las siguientes horas.

Eran ya las 20:45 cuando Luis encendió el Canal Plus a la vez que vigilaba de reojo que el niño atacara de una vez por todas a las dichosas croquetas.
La motivación del día estaba cerca. Tenía ya su cervecita checa en la mano, su bol de cacahuetes en la mesita y estaban dando la alineación del Barça mientras se escuchaba en el estadio un estremecedor “You'll never walk alone” coreado por miles de gargantas escocesas. Fue en ese emocionante instante en que cayó en la cuenta que su esposa acababa de sentarse en el sofá con cara de pocos amigos. Tras echar un fugaz vistazo al rostro de Mayte pudo comprobar como la actitud evasiva de las últimas semanas había cogido forma definitiva. Se avecinaba una discusión de las históricas, de las que se presentan una vez cada tres o cuatro meses. Lo presintió en los ojos de Mayte, entre tristes, apagados e irritados y coléricos. Conocía esa ambivalencia en su mirada y tras escuchar las alineaciones se atrevió a preguntarle a ella si estaba bien. Fue una pregunta de cortesía y de aplazamiento puesto que no tenía la menor intención de prestar atención a su mujer en aquél momento. Sin embargo al notar la mirada fija de Mayte clavada en sus ojos y ese brillo especial de su pupila antes del llanto entendió que no podía postergar la atención hacia ella. Intuyendo que la cuestión podría solventarse brevemente, disminuyó el volumen del televisor con el mando a distancia que tenía en propiedad con la intención de lanzar miradas furtivas hacia el televisor para ver si habían novedades en el marcador.
Sin embargo aquella no fue una conversación cualquiera. Lo supo en cuanto Mayte comenzó a explicar entrecortada cómo se sentía y que ya no aguantaba más la situación. Lógicamente Luis no entendía nada. Escuchaba atentamente a la vez que una voz interior le avisaba de pequeños detalles: “¿la situación?... ¿pero qué situación?; ¿Será que se mosqueó por no haberla acompañado a la reunión del colegio?; parece que está verdaderamente agobiada pero no tengo idea de lo que le pasa; ¿será que Samaras hoy va a hacer un partidazo como el de la semana pasada? esas lágrimas no me gustan, la cosa parece seria…”
Tras unos titubeos en la explicación por parte de Mayte le soltó la frase con la que Luis iba a decorarse el resto de sus días: “es que no sé cómo decírtelo. Es difícil de explicar ….pero últimamente siento por ti rabia y asco”.
Rabia y asco. Rabia y asco. Luis comprendió rápidamente su falta de actividad sexual los últimos meses así como los repetidos dolores de cabeza de Mayte.
Esa frase fue el mensaje principal, aunque engalanado con otras explicaciones del tipo hemisferio derecho, auténticamente caóticas y faltas de sentido para Luis. Explicaciones centradas en momentos cotidianos pasados, en anteriores discusiones o en reproches dolorosos del tipo “no me apoyas en mis decisiones, me haces sentir paranoica con tu actitud, no tomas la iniciativa en lo importante, no respetas mis intereses, aún espero que te posiciones en la relación con tu familia, no te esfuerzas en sorprenderme…”
Sin embargo, rabia y asco, era el mensaje que Luis mejor había procesado. Aún de manera sorpresiva e inesperada, nuestro hincha del Barça, hizo esfuerzos por entender el momento, el contexto y las palabras. Pero ella continuó antes que él pudiera reaccionar: “esto terminó Luis. Ya no me das la seguridad que necesito, ya no me aportas lo que antes”.

Absorto en estas palabras, quedó callado y con la mirada perdida frente al televisor. Tuvo tiempo de ver una dura entrada de Brown a Neymar antes de poder dar crédito a lo que ella le estaba sugiriendo. Entendiendo la gravedad del asunto decidió apagar la televisión y olvidarse de la Champions.

Como de costumbre, la discusión no aportó nada de nuevo. A la información ininteligible y abstracta de ella hubo que añadir la variante postural-emocional por la que su mujer transmitía un dolor y sufrimiento intensos.
Luis quedó paralizado. No podía entender ni admitir lo que estaba ocurriendo.
Para sus adentros pensaba en que era un buen marido, fiel, respetuoso, solícito, buen padre, agradable y cariñoso. Aunque el pensamiento que lo contextualizaba todo no era otro que el  de un cariño desbordante por Mayte; un amor incondicional y sincero desde hacía diez años. 
Fue aquél un día aciago y ciertamente sorprendente. Lo curioso del caso era que Luis, tras un mazazo brutal como ese, aún disponía de cierta entereza mental como para preguntarse si los gritos de los vecinos correspondían a una ocasión fallida o a un gol.

Tras finalizar la contienda familiar con la retirada de Mayte a su habitación, Luis simuló su malestar y su alma destrozada con su mejor mirada perdida de cordero degollado. A su vez y con el mando del canal plus bien controlado deseó con todas sus fuerzas que su esposa cerrara de una vez la puerta de la habitación para poder ver –ahora sí- el final del encuentro en Celtic Park. Por lo menos el Barça ganó.

sábado, 25 de octubre de 2014

2-6 a tu lado


Los forofos futboleros acostumbramos a recordar fechas, lugares y personas asociándolos a eventos deportivos concretos. O tal vez sea lo contrario. Lo ignoro. El hecho es que en mi caso es así. No en vano recuerdo como si fuera ahora el desastre de Sevilla contra el Steaua pegado a mi transistor conteniendo el llanto, la pizza en casa de mis padres el día del zapatazo de Koeman en Wembley, los goles de Rossi en Sarrià con mi bicicleta "panther roja" en la puerta o el sospechoso doce a uno de España a Malta en casa de los vecinos con una mirinda en mis manos.
Precisamente hoy he recordado un día concreto de gloria blaugrana. Todos los futboleros catalanes vamos a recordar la goleada de 2009 en el Bernabéu. Cada uno sabrá dónde vio el partido, con qué personas compartió esa alegría y cómo lo celebró después. Normal.
Lo curioso de estos recuerdos es que se envuelven en una suerte de magia que consigue trasladarnos a un lugar concreto de nuestro tiempo en que el contexto en que vivíamos se nos aparece de nuevo con todo su esplendor o crudeza. Se antoja como una marca especial similar a los puntos de restauración de los ordenadores modernos en los que con sólo apretar una tecla todo el sistema se restaura exactamente como estaba en aquél momento. A menudo desearíamos que esos viajes y arreglos en el tiempo formaran parte de la vida real y no sólo de la electrónica. En mi caso nunca lo había deseado hasta estos últimos meses. Algún día tenía que llegar.
Todo el mundo sabe que la memoria tiene grandes fallos y la neurociencia nos demuestra a diario que seleccionamos los recuerdos y les damos nuevos sentidos y matices con el pasar del tiempo y las experiencias, sumando y restando emociones, agregando y obviando detalles, permitiéndonos adornos a menudo necesarios para poder seguir viviendo tranquilos. Ignoro si mi percepción de ese nueve de mayo de hace cinco años se ha desvirtuado en exceso o permanece límpida y fiel a la realidad, al menos a la mía. Lo entrañable del caso es que un partido de futbol concreto, en un momento especial consigue trasladarme mágicamente a una vida anterior, en un contexto distinto y con unas vivencias, temores, alegrías y esperanzas muy diferentes a las de hoy. Y eso me hace feliz. Y eso me hace desdichado. Porque es grande recordar lo que ya te ilusionó a la vez que triste saber que fue un momento del pasado.


Precisamente hoy jugaba el Barça en el Bernabéu y deseé con todas mis fuerzas una nueva goleada; exactamente la misma, un 2-6. Anhelé tanto ese resultado por un motivo fuera de mi pasión barcelonista. Y es que necesitaba que se repitiera ese marcador para que mi mente no acudiera en el futuro tan rápidamente como lo hace ahora a aquella noche de hace un lustro; para que de ahora en adelante tuviera dudas, mezclara fechas y resultados para así librarme de ese recuerdo tan vívido en el Bar Continental de Gràcia. Reminiscencia de mis reniegos soportados por ti durante un rato al no encontrar un lugar digno dónde poder ver el encuentro, de la chaqueta negra -tu favorita- que tan bien te sentaba, de estar de pie en aquél bar tomando unas cervezas abrazándote a cada gol, de tus ojos chispeantes compartiendo conmigo la emoción del último tanto cuando tu afición futbolera era y es más bien discreta, de tu alegría por verme feliz y estremecido, de tus besos y vítores celebrando el pitido final, de darme la mano feliz al volver paseando a casa, de regalarme pasión y amor en un día tan fútil para la historia de la humanidad pero ahora tan trascendental para la mía. Gracias por compartir con todo tu ser ese momento. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Adidas Chile Durlast 74


El jefe de mi padre, el sr Vallés era miembro de la directiva del Barça. Fue por esta vía que obtuve mi primera experiencia en un campo de fútbol, gracias a unas invitaciones que el Sr Vallés nos regaló en tribuna. Fue en un Barça - Sporting de Gijón y creo recordar que el resultado final fue de empate a dos. 
Por aquél entonces yo no había mostrado aún interés alguno por el fútbol por lo que mi padre tampoco mostró excesivo entusiasmo en llevarme. De todos modos los dos nos dirigimos al Camp Nou aquél día. 

Mi padre tampoco era gran aficionado al fútbol. Solía decir que era "perico" pero todos sabíamos que se trataba más de un acto de rebeldía que de una verdadera pasión. 

Tras sortear el tráfico de General Mitre con la flamante vespa azul de mi padre, logramos acomodarnos en la tribuna del estadio y una vez allí, cómodamente sentado instantes antes del comienzo del partido me percaté de un par de cosas que me llamaron poderosísimamente la atención: por un lado esa hierba verde, tan verde como un prado espectacular, luminosa y hermosa y por otro, la falta de comentarista! 

Yo no debía tener más de ocho años y mi experiencia futbolística se basaba en los eternos partidos en blanco y negro de la televisión. No había caído en la cuenta de que en un estadio los colores de todo eran tan vivos y que el comentarista de la tele no estaba presente para detallar y explicar las jugadas. A menudo los niños disponen de una experiencia concreta de la realidad marcada por los medios o por experiencias que luego generalizan y que más adelante descubren con algarabía y riéndose de sí mismos. 
Cuando mi padre se encontró con mi pregunta de por qué no radiaban el partido creo que rio un poco aunque no recuerdo bien su respuesta. Lo que sí recuerdo eran sus comentarios sobre mi actitud en el estadio. "Pareces un lord inglés! Ni gritas, ni muestras emociones... Vaya tío más soso!" Y es que con ocho años a mí el tema futbolístico me dejaba bastante indiferente. Era del Barça, claro; pero por inercia, porque todo el mundo conocido era del Barça. Cómo no iba a serlo? 

Unos días más tarde, en un Barça- Zaragoza en que los azulgrana ganaron por dos a cero, el Sr Vallés bajó al vestuario y se hizo con el balón del partido, un flamante Adidas Chile Durlast (official world cup 1974). Resuelto, se dirigió a los jugadores y les pidió que lo firmaran ya que lo quería regalar al hijo del sr Llorenç, mi padre. 
Hoy aún tengo en casa de mis padres el viejo balón, ya deteriorado, pero en el que aún pueden leerse vagamente las firmas de los Simonssen, Ramos, Olmo, Artola ….

Muchas noches después acariciaría el cuero maltrecho de ese tesoro fantaseando con que un día fue pateado por esos jugadores, viejas glorias del Barça. Con el tiempo se convirtió, claro, en icono museístico para mostrar con orgullo a los amigos que venían de visita a mi casa. Algún día ese balón pasará a manos de mi hijo. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Matinal de sábado

Un sábado por la mañana con poco más que hacer que pasear con el perro y perderme poco a poco por las empinadas calles del barrio. Un día agradable, aunque fresco; de aquellos días radiantes en que la ciudad se muestra en su máximo esplendor. 
Paseando sin rumbo y con ánimo de descubrir nuevos espacios urbanos me adentro por calles desconocidas, por parques que me sorprenden, por descampados que me acongojan. Llego hasta la puerta de un campo de fútbol de un club desconocido y me decido a entrar. 
Se trata de una instalación antigua reconvertida y muy digna. El verde exagerado del césped artificial contrasta fuertemente con los muros de hormigón que rodean el campo. El bar y las instalaciones están repletos de niños equipados de futbolistas y de sus familiares y amigos. Observo como algunos de ellos desayunan animosamente mientras comentan con alegría y exageración las incidencias del partido pasado.
En el campo se está disputando un encuentro entre chavales de unos doce años. Pienso en mi época de futbolista infantil y recuerdo con cansancio las grandes dimensiones del campo. Compruebo aliviado que actualmente los chicos juegan en un campo transversal, más a su medida. Menos mal.
Observo embelesado el ímpetu de los niños. Una de las equipaciones me recuerda mucho al Europa, segundo club de mi corazón. Este hecho me lleva a sentir estima por ese equipo de chavales y me detengo a observar con mayor detenimiento el juego. Sin embargo pronto me doy cuenta que es el equipo de verde el que mejor toca el balón. Se diría que juegan extraordinariamente bien. Los niños están bien organizados en el campo y tocan la pelota con criterio, buscando a sus compañeros y posicionándose rápido para buscar desmarques, superioridades o paredes. El cerebro del equipo es un chico negro, corpulento y muy rápido. Por él pasan casi todos los balones y con su corta edad es capaz de decidir frenar el ataque, ir para atrás, tener paciencia y observar a sus compañeros o lanzar pases largos con genial clarividencia. 
Al ver semejante nivel de juego conjunto pienso inmediatamente en una buena labor del entrenador y hacia él dirijo mi atención. Se trata de un hombre de unos cuarenta años; sin duda hombre de club y exfutbolista. Lo sugiere su mirada y su seguridad así como algunos comentarios rápidos que le consigo escuchar. Observo a su vez a los chicos del banquillo. Por sus miradas lastimosas se diría que el entrenador no hace demasiadas rotaciones. Un niño especialmente me llama la atención por su extrema tristeza en la mirada y sus movimientos a medio camino entre el fastidio y la aflicción. Se diría que debe jugar poco y eso lo mata por dentro. Me recuerda a mi mismo esa tarde que me escondí en el vestuario con rabia a llorar mi situación de suplente. 
Esas observaciones y recuerdos vuelven a posicionarme en la idea básica que el deporte en la infancia debe tratar de equilibrar competitividad con bienestar emocional, respeto, educación, superación personal y espíritu colaborativo. 
Ensimismado en estos pensamientos pedagógicos caigo en la cuenta que algo me perturba y rompe mi paz matinal de este sábado: se trata de los comentarios y gritos de algunos de los padres que asisten al encuentro. Como si estuvieran poseídos por una necesidad catárquica gritan improperios y barbaridades a propósito de una falta de un chico del otro equipo. Escucho insultos a la madre del árbitro, insultos al otro niño, animan a sus hijos a ser agresivos y violentos, vociferan y pierden definitivamente su credibilidad como padres responsables de la educación de un niño de doce años. 
Me duele vivir esta situación por que no es justo que chavales de estas edades puedan asociar deporte a violencia. 
Sólo uno de los "padres" rivales responde a las provocaciones y contesta a gritos y de malas maneras. El asunto va subiendo de tono entre las dos "hinchadas familiares". 
De repente me doy cuenta que casi todo el mundo está centrado en la trifulca y no en el juego de los muchachos que, por otro lado, no es nada agresivo ni violento y no se ha contagiado de la tensión que se vive fuera. 
La discusión sube de tono y ya se entra en el terreno de las amenazas. No sirven de mucho las intervenciones de ambos entrenadores para apaciguar los ánimos. Finalmente tres o cuatro personas llegan a las manos brevemente ya que son sujetados y controlados rápidamente por otros padres y entrenadores entre gritos y empujones. 
Me entristece enormemente la situación y me vengo a bajo definitivamente al observar al chico rubio del banquillo llorando desconsoladamente al ver como su padre está fuera de sí intentando agredir a otra persona. Mientras, el chico negro, un tanto asustado mira para la grada perdiendo la concentración y el balón. A resultas de esa pérdida la jugada termina en un gol tras flagrante fallo defensivo en cadena. El entrenador, furioso, manda calentar a unos de los chicos del banquillo que, precipitadamente se incorpora al ahora ya caótico juego substituyendo al joven castigado de origen africano que entre sollozos aguanta un broncazo espectacular. 

Aprovecho el momento en que el chico se retira llorando para el vestuario para ponerme a su lado y comentarle que el entrenador ha sido injusto con él y que ha hecho un partido increíble. Me mira con lágrimas en los ojos y me agradece tímidamente el comentario en el mismo momento en que es insultado por el color de su piel por otro aguerrido padre de la hinchada rival. 

jueves, 21 de agosto de 2014

PARTIDITO PLAYERO

                                                     


Amanece muy nublado. Un cielo gris oscuro amenaza con arruinar definitivamente el día de playa de los veraneantes ávidos de sol y aguas cristalinas. Los padres de los niños pequeños empiezan a dilucidar ideas creativas para pasar la mañana lo más divertida posible. 
Descartado el baño playero sólo algo peor puede acontecer: una intensa lluvia que no les permita salir del minúsculo apartamento condenándolos a estar enjaulados en un clima de gritos, movimientos infantiles descontrolados y quejas fundadas de los abuelos. Ante esta perspectiva crítica algunos padres se afanan a motivar a sus pequeños a jugar a ese dominó infantil olvidado, a hacer dibujos con pinturas de dedos pringando el sofá de la abuela, a montar las vías del trenecito escampado por toda la sala sin dejar espacio para los movimientos con muleta del abuelo o a explicar cuentos que los niños se saben de memoria. Algunas familias mas arriesgadas improvisan un taller de cocina ante la desesperación de las abuelas y otras más modernas se atreven a dejar sus tablets, iphones y demás a sus pequeños para que puedan experimentar desde las pantallas.

Yo decido salir de casa con mi hijo de tres años. Nos enfundamos las camisetas respectivas del Barça. La de Messi para él y la de Xavi para mí. Cogemos el balón y nos dirigimos decididos a la zona de porterías de fútbol en la playa grande. A esta hora de la mañana aún no se ha montando ningún partidillo improvisado y podemos usar una portería entera. 

El niño, alegre, se dedica a chutar una y otra vez hacia la red marcando goles sin parar. 
Parece que le produce un placer especial observar como el balón se estrella en la red moviéndola entera. Celebra algunos goles con las manos en alto y gritando. Yo se la voy pasando y voy recogiendo la pelota de la portería. Me lo paso bien. El disfruta. Ríe. Se enfada cuando no toca bien la bola. Se emociona cuando consigue que la pelota se levante y entre en la portería por el aire y no rodando. 

Pasamos un buen rato hasta que un grupo de niños aparece con intenciones de jugar. 
Rápidamente se les unen otros tantos y finalmente aparece algún adolescente con ganas de fútbol. 

Mi hijo y yo nos apartamos y nos ponemos a observar tras una de las porterías. Por lo que parece él ya se ha cansado del balón y ahora se dedica a jugar con una niña de unos diez años que se le ha acercado con unos juguetes playeros. 

Me tomo mi tiempo para observar cómo los niños se organizan rápidamente en dos equipos (básicamente los del pueblo en un lado y los turistas en otro), cómo deciden los criterios para relevar al portero y cómo definen sin después hacer mucho caso las posiciones que cada uno debe ocupar en el campo. 

Cómodamente instalado tras la portería del equipo "local" del que también forman parte algunos fichajes "extranjeros" observo con atención el juego, caótico, lleno de chutes sin sentido, patadones sin mala intención, gritos, algarabía y mucho polvo. Me divierte ver las jugadas individuales -algunas muy sobresalientes- y el empeño que le ponen los jóvenes futbolistas. 

Sin embargo, aquello que más me conmueve y me llama la atención, no tiene nada que vercon el juego en sí. El portero local que tengo delante de mí y sus defensas (cuatro niños, dos de ellos de Madrid) están tranquilamente conversando mientras su equipo ataca. Se trata de conversaciones cortas, preguntas, comentarios. 

"Pues si, yo soy catalán; y entonces tú eres español, ¿no? ...así, mejor te hablo en español"; "os acordáis del paradón que le hice al Toni en el penalti del otro día? "; "mis padres me dicen que debo jugar con calcetines para no hacerme daño en los pies"; "este año voy a empezar quinto curso en la Salle"; "ese francés pequeñito es bueno, eh?"; "mi novia vive en Madrid pero aquí tengo otra nueva, para el verano"; "cómo vamos? "; "esos dos van con nosotros? "; "cañardos no! "; "bloquéalo!"; "perdona, quería darle a la pelota"; "estoy de vacaciones con mi madre"; "no, mi padre vive lejos, lo veré por navidades"; "y en invierno también venís a jugar aquí? ... ! Que suerte! "; "quedamos en hacer cambio de portero a cada gol! ... A quién le toca ahora? ...ehhh! "; "y en Madrid qué os parece 
que nosotros vayamos a ser independientes? "....

Se presenta ante mí un compendio sintetizado de pequeñas inquietudes cotidianas, de bienestar y convivencia, de relaciones auténticas y diálogos simples, reales. Algo tan fácil pero tan fantástico. 

Los adultos no acostumbramos a escuchar a los niños, más bien tendemos a hacerlos callar. Pero cuando los observamos de veras y escuchamos con todo no es difícil intuir el auténtico material humano a potenciar e incentivar. Encontramos entonces sus iniciativas, sus pensamientos, sus dudas, miedos y convencimientos. Y los exponen con claridad y respeto, sin miedos ni cinismos. 

Vuelvo a casa con mi hijo convencido, una vez más, que los argumentos infantiles son tan válidos como los de los adultos, esperando a que mañana vuelva a hacer mal tiempo para volver a instalarme tras una de las porterías de la playa.


viernes, 27 de junio de 2014

Hombres con el cuello del polo alzado


Si bien no he conseguido resolver aún una de mis grandes dudas existenciales (el motivo por el que algunos hombres usan calcetines con las sandalias de verano) ya me asalta como una exhalación otro de los grandes enigmas sobre la indumentaria moderna: los hombres que se pasean, orgullosos, con el cuello del polo levantado.

Descartando antes que nada motivos de comodidad (entiendo que pasarse el día rozándose el cogote con el cuello levantado no debe ser muy cómodo) empiezo a elaborar curiosas teorías sobre el tema sin estar verdaderamente convencido. Casi todos los motivos que encuentro tienen que ver con una curiosa manera de entender la adoración del propio ego de los personajes que aparecen sueltos por la calle con el cuello alzado.

Según mis caseros estudios sociológicos dichos individuos abundan por las zonas altas de Barcelona y por zonas colindantes a la gran ciudad con una curiosidad: por zonas como Sant Cugat es posible encontrarlos moviéndose por exclusivos clubs deportivos, algunos de ellos con el atrevimiento ochentero de anudarse un jersey a juego sobre los hombros; por otras zonas como Hospitalet, Ripollet, Mollet (y algunas otras no terminadas en -et) se encuentran hombres con el cuello alzado con la característica peculiar de que este va doblándose  paulatinamente a medida que pasa la tarde por tratarse de polos de imitación, por cierto algo ajustados.

Estos estrictos estudios demuestran claramente que la moda aparece con mayor furor entre las clases acomodadas, dispuestas como siempre a marcar estilo, aunque en este caso se trate de uno algo macarra. Se demuestra también que en los barrios populares se tiende a copiar esa corriente aún con la conciencia mas o menos clara que no se va a poder vacilar de un polo de cien euros.


Los orígenes de la cuestión debería buscarlos, supongo, en nuestros vecinos italianos, auténticos innovadores en lo que a moda maculina chulesca se refiere. Tal vez venga de allí pero lo cierto es que mi primer recuerdo de un cuello alzado nada tiene que ver con un italiano. ¿Recuerdan al gran Eric? Monsieur Cantona innovó con su estilo inimitable liderando al Manchester United, tirando de garra, de fuerza y a menudo de agresividad y violencia con ese cuello levantado que tanto impresionaba a los niños. Recuerdo claramente su mirada, antes de tirar una falta, clavando  los ojos sobre el portero rival a la vez que se alzaba el cuello lentamente pero con fiereza. Un ritual intimidatorio como pocos he visto en el deporte. Los rivales temían su fuerza y su temperamento y el momento en que se alzaba el cuello mirando al resto de jugadores por encima del hombro  representaba, concentrada, toda esa carga de tensión y chulería contenida. Un destello que iluminaba su genialidad. Por cierto, sus miles de imitadores supongo que persiguen concentrar algo de ese poder intimidatorio masculino sin saber, ingenuos, que suscitan a menudo sonrisas calladas a tenor de la ridiculez de sus pintas. Au revoir monsieur Cantona!

domingo, 15 de junio de 2014

Un gran olvidado: Arthur Friedenreich



Arthur cambió la historia del futbol mundial para siempre. Y sin embargo pocos se acuerdan de él.
Arthur jugaba con un balón rudimentario por las polvorientas calles del Sao Paulo de inicios de siglo XX. Un niño mulato que salvó la vida cierto día en que un auto de la época irrumpió en su calle y él -balón pegado al pie- esqui
vó el atropello con un ágil y rápido movimiento de regate. Cuenta la leyenda que aquél día nació el "Jogo bonito" brasileño, aquél en que importa más el placer que el resultado, aquél que incide en las líneas curvas y olvida las rectas tal y como nos recuerda Eduardo Galeano, el que hace vibrar a todos, por el que merece la pena ver un encuentro.

Hijo de lavandera negra y de comerciante alemán, Fredenreich tuvo el coraje de luchar contra su propio destino ligado al color de su piel.
En una época y un país dónde se permitían por reglamento las faltas a los negros en los encuentros de fútbol, Arthur demostró que ni con la violencia nadie era capaz de pararlo y sorprendió a propios y extraños con la velocidad de su juego, la agilidad y hermosura de sus movimientos, su capacidad goleadora inaudita y su hambre de éxito y triunfo. De repente un negro lideraba una "seleçao" de brasil - recordemos que por aquel entonces el fútbol brasileño era coto de blancos y ricos- y eso no estaba bien visto ni era natural. Tal vez por ello Arthur se veía obligado a menudo a alisarse como podía el pelo y a embadurnarse la cara con polvo de arroz para emblanquecer su semblante. Aún así siempre mantuvo claro su origen y se mostró orgulloso de su raza en una época en la que el prejuicio y el racismo postesclavista hacían imposible el éxito social de un negro.

Arthur fue el mejor de su época y pocos saben que aún hoy es el mayor goleador de la historia del fútbol mundial. Las estadísticas actuales no tienen en cuenta las de épocas antiguas y nunca se dieron por válidas las de Arthur, aunque los periódicos de la época las recogen y hablan de una media de casi gol y medio por partido con un total de 1329 goles, unos cientos más que Pelé.

Nunca pudo participar en un mundial por lesiones pero obtuvo la admiración mundial en diversos torneos en Francia y Alemania dónde fue catalogado como "Rey de reyes", sorprendiendo a los periodistas europeos que nunca habían visto nada similar. Llevó a Brasil a ganar sus primeros campeonatos sudamericanos y dio entrada en el fútbol a todos los brasileños, a los negros, mulatos, "sararás" y demás que vieron en él la posibilidad de mejorar sus vidas y luchar por su éxito social. Y vaya si lo hicieron. Sus herederos regalaron al fútbol los mejores jugadores del mundo, la creatividad y la alegría, el espectáculo y el baile en el estadio.


Arthur nunca fue consciente de ello pero el título logrado en 1919 con su gol ante Uruguay volcó la mirada de la sociedad brasileña hacia el fútbol y desde ese momento ya nada sería lo mismo en la historia del deporte. Ese mismo día del triunfo ante los Charrúa los periódicos de todo el país abrieron sus portadas con la foto de un negro triunfador...era el principio de un cambio que aún hoy está muy lejos de ser completado.


martes, 3 de junio de 2014

Pan y circo

El paralelismo entre el futbol y el antiguo circo romano es más que obvio. Las pasiones desatadas que el deporte rey hace aflorar entre el personal no tienen comparación con otros deportes. Hablamos de una mezcla de política (el Sevilla era el equipo de los señoritos y el Betis el de los trabajadores, parecido a Valencia y Levante y tantos otros), nacionalismo (que decir del "mes que un club"), historia (Huelva y Palamós como clubes más antiguos de la liga española por ejemplo), lugar de arraigo (Barça y Bayern Múnich son los clubes con más socios del mundo), religión (Celtic de Glasgow es el equipo de los católicos escoceses descendientes de emigrantes irlandeses frente a Glasgow Rangers, club de los protestantes), cultura popular (a quien no se les escapa la consecuencia de la influencia africana en el alegre fútbol brasileño, o el trabajo físico y de bloque de equipo de los teutones como herencia de su cultura).

Si en el circo romano el pueblo acudía enfervorecido a la llamada de la sangre vitoreando a los mejores luchadores y enloquecía brutalmente en una catarsis colectiva, en nuestro fútbol  moderno se da algo parecido habiendo sustituido el aroma de la sangre por el del lomo a la plancha y la arena por una hierba excelsa.

Los jugadores nos representan aunque nada tengan que ver con nosotros ni con nuestra cultura o lugar de origen. Esos colores y ese escudo son de cada uno de nosotros a modo de identidad sagrada y los llevamos orgullosos por allá donde vamos. Los que tenemos la gran suerte de ser seguidores de un equipo grande nos enorgullecemos de su poder mediático y nos refuerza el espíritu saber que somos conocidos en el mundo entero. Los seguidores de equipos más modestos tienen que conformarse con la gloria local o regional pero con el mismo orgullo enarbolan sus banderas. Los seguidores de otras partes del mundo aparecen cada día con mayor fuerza gracias a la supuesta democratización tecnológica. Así, equipos como Barça, Madrid, Manchester, Milán, Arsenal, Chelsea, Bayern o Juve trascienden su espacio regional o nacional para erigirse en iconos modernos adorados des de lugares lejanos en los que cada vez se viven las ligas europeas con mayor entusiasmo, como si fueran propias. Eso es algo que me descoloca un tanto y me aturde. Se me hace difícil entender la pasión blaugrana de un marfileño o la de un vietnamita.

Globalización a parte el deporte rey mantiene su esplendor gracias a las grandes firmas comerciales y a oscuros intereses de las corporaciones televisivas y afines. Las mareantes cifras con que se negocian los traspasos, las fichas y demás son poco menos que un insulto para el ciudadano medio. Pero nosotros continuamos yendo cada domingo al templo para dar rienda suelta a nuestras pasiones, pasando por alto y escondiendo bajo la alfombra de nuestra conciencia todo el conglomerado de "pan y circo" que sustenta el negocio.

Me maravilla observar como tantas personas razonablemente instruidas, con cierta consciencia social y sentido crítico se dejan fascinar de manera casi mágica por este espectáculo de masas. Naturalmente que yo mismo me incluyo en esta masa amorfa de seguidores; cómo no! Sin embargo y en contadas ocasiones de introspección aguda no puedo sino sonrojarme interiormente cuando me veo a mi mismo pensando en un partido o comentando el estado de ánimo de Messi esta temporada con cualquier desconocido en un bar. Se trata de una vergüenza amable, sutil y ligera, supongo que por aquello que debe ser compartida con millones de personas en todo el mundo. La pregunta final es: me interesa más el fichaje del central que llevamos temporadas esperando o el devenir de la humanidad? El tiempo que dedico a la primera da respuesta a la segunda…  

Parejita japonesa en el Camp Nou

La parejita japonesa está comprando una entrada de reventa a un chico pakistaní en los aledaños del Camp Nou. Hoy vamos a ver un partido de champions y los dos turistas orientales, ataviados con bufanda "antimadridista", gorro blaugrana, camiseta oficial recién comprada por la mañana y mejillas pintadas con los colores del equipo se disponen a acceder al estadio por la puerta ochenta y seis. La emoción contenida durante tanto tiempo no mengua con la larga escalinata de subida a la tercera gradería y en cuanto acceden a la boca y contemplan por primera vez la inmensidad del estadio, el brillar espectacular del césped con la iluminación nocturna y el ambiente previo de unos cuartos de final de champions no pueden reprimir a la vez un sonoro "ohh", seguido de risas nerviosas y de una multitud incomprensible de fotos con el afán de captar todo lo que sus sentidos les muestran. Cuando me piden que les haga una foto juntos con el estadio de fondo procuro captar la mejor de las instantáneas posibles y  creo que logro capturar su sonrisa llena de emoción en una pose de pareja algo forzada, al estilo japonés.

Me dirijo a mi asiento y observo como suben las escaleras procurando su número de entrada. Finalmente consiguen descifrarlo y se sientan un par de filas por debajo, justo a mi izquierda.
Desde mi posición puedo observarlos y detenerme en la expresión del rostro de la chica cuando suena el himno de la Champions y ambos equipos saltan al terreno de juego.  Se trata de una mujer de unos veinte años, tal vez más. Por sus gestos de emoción diríase que se trata de una adolescente de quince pero descarto rápidamente esa edad al reparar en sus manos, sin duda adultas. Ella se echa las manos a la cabeza, como aturdida por el fragor del estadio en las primeras notas del himno del barça y parece enloquecer con los gritos de la afición al final de la música. Barça, barça, baaaaarça! Salta de emoción y mira a lo largo y ancho del estadio maravillada por el ruido que a ella le parece ensordecedor. Creo que el deporte japonés no se caracteriza por la barullo y el griterío y pese a que en can Barça este es mínimo comparado con otros estadios a nuestros amigos orientales debe parecerles algo increíble.


A los dos minutos de juego aparecen dos espectadores rezagados subiendo las escaleras a toda prisa. Parecen fastidiados al haberse perdido la salida de los equipos y miran hacia la zona donde están acomodados los japoneses con cara de estupefacción.  Adivino rápidamente que se trata de dos socios que se encuentran con sus localidades de toda la vida ocupadas por error por dos guiris. Acceden hasta su lugar y con pocas palabras los mandan fuera mientras analizan las entradas de los jóvenes japoneses y les indican que tienen que ir hacia otra boca, más a la izquierda. Los chicos, con cara de  puteados a la japonesa, o sea con una sonrisa educada y nada congruente,  bajan las escaleras y se adentran hacia la boca por la que antes salieron, justo en el momento en que Ronaldinho lanza un derechazo descomunal que entra por toda la escuadra inglesa . Cómo debe gritarse goooool en japonés? Me entristezco por la muchacha . Se ha perdido el golazo y interiormente deseo que mi equipo marque más goles hoy para que ella pueda llevarse, por lo menos uno de regalo a su casa.

RELAX



Es un sábado de marzo, uno de los pocos en que el invierno se da una dulce tregua para consuelo de domingueros como él, que sin nada mejor que hacer decide pasear despreocupadamente por el paseo marítimo y dejarse llevar como por azar hacia la playa.
Ese espacio otrora sembrado de miles de sombrillas y pavimentado ordenadamente por toallas de sol hoy se le presenta como un páramo vasto, grandioso y vacío, sólo salpicado por alguna pareja y familias que han decidido madrugar para disfrutar de ese agradable sol de invierno sobre la arena.
Pasea hundiendo con parsimonia los pies sobre la arena mientras contempla ensimismado el inmenso espacio que los dioses le han regalado esta mañana. Se acerca poco a poco a la orilla y decide sentarse en un lugar solitario, tranquilo, relajado.
Por unos instantes se abandona escuchando el vaivén del leve oleaje con la mirada perdida en el horizonte. Decide recostarse y dejar que el sol acaricie tibiamente su rostro mientras el mantra de la orilla lo sitúa cada vez mas en un lugar muy lejano. Por un momento se abandona a sus ensoñaciones sintiéndose feliz, disfrutando de un momento de placer como hacia tiempo que no disfrutaba.
El calor de su rostro, el sonido del agua, la comodidad de su cuerpo. Todo le invita a pensar que este sábado será fantástico, que podrá dedicarlo a reencontrarse con él mismo, que podrá desencadenarse por un dia del trasiego horrible de su trabajo, de la frustración supina de su vida en pareja, del fracaso con que encaja la educación de sus tres hijos, de la falta de sentido que a menudo siente cuando se levanta por la mañana.
Por unos instantes y en esa tremenda soledad siente que hoy podría encontrar sentido a todo; algo interior le dice que está a punto de revelarse algo importante, mágico. Algo que puede hacer que cada día se levante por la mañana con ganas de comerse el mundo, de ser feliz. El mantra del agua le acerca poco a poco hacia ese secreto a punto de desvelarse. Sus ojos cerrados y acariciados por los rayos de sol invernales comienzan a vibrar agradablemente en espera de ese descubrimiento. Su mente imagina una gran bola de color rojizo que va meciéndose lentamente, aproximándose a él. Nota con felicidad que a medida que esa gran bola se va acercando surgen unos rayos de colores y comienza a tener certeza que cuando esa gran masa rojiza llegue hacia él ese mensaje vital le será revelado. Van pasando los segundos y se va acercando el momento. La relajación es tan fuerte  que se le escurre el cigarrillo entre los dedos y no se da ni cuenta. Los rayos aparecen cada vez con más y más potencia. Toda esa energía mental está cristalizando en una nueva forma. Emocionado, espera paciente a que su mente recomponga esa imagen, ahora ya seguro que una respuesta clara va a a aparecérsele. Impresionado por la claridad de la imagen se esfuerza en observar ese proceso que parece que va a terminar cuando de repente un enorme golpetazo en la cara le tira las gafas de sol y le gira la cabeza completamente. Un intenso dolor le remuerde la mejilla mientras siente que su cerebro se está recomponiendo dentro del cráneo del tremendo batacazo inesperado. Entre asustado y cabreado se incorpora para entender qué ha ocurrido, no sin antes marearse levemente y comprobar en décimas de segundo que un terrible dolor de cabeza se ha apoderado de él. Consigue abrir los ojos cuando observa que delante de él hay una pelota de cuero, concretamente la oficial de la liga de fútbol. Entendiendo al segundo que esa fue la culpable de la agresión se gira rápidamente mirando de lado a lado. Su mirada se detiene en un adolescente de no más de trece años que se dirige hacia él con cara de compungido y que balbucea algo parecido a unas disculpas.
Consigue respirar hondo y otea rápidamente toda la playa comprobando que en cientos y cientos de metros no hay nadie más. Ante esta perspectiva un cabreo profundo se apodera de él. Su único pensamiento circular gira entorno a la pregunta de por qué ese jodido muchacho tuvo que elegir precisamente ese espacio cuando disponía de kilómetros de libertad. Sin poder desprenderse de esa idea, agarra rápidamente el balón y ejecutando una maniobra perfecta de cancerbero británico practica un saque espectacular con el balón que viaja alegremente por el aire y aterriza al lado de la boya que marca el límite a los bañistas.

DESCUBRIMIENTO




Al ver la calle desierta me pregunté si no sería ya la hora de la final del mundial. Italia y Alemania iban a verse las caras en Madrid para finiquitar el mundial ochenta y dos.
Efectivamente el partido había empezado ya. Me pregunté con extrañeza el motivo por el que en aquel momento me apetecía más estar dando vueltas en mi flamante Rabassa roja de cross por la parte antigua de Palamós que llegarme a casa a ver el partido pero no supe responderme o tal vez elegí claramente la libertad de la bicicleta a la vuelta a casa temprana. El hecho es que me perdí la final. Mientras pedaleaba por la subida de la Catifa pensando en la bajada espectacular que me esperaba tras el esfuerzo previo me asaltaba la idea de descansar un rato y ver si los italianos -mis favoritos al contar con Rossi entre sus filas- eran capaces de ganar a los germanos. Pero no descansé y me pasé el resto de la tarde en bici pasando una y otra vez por delante de la casa de “ella” contando con un golpe de suerte para coincidir “casualmente”. Creo que aquél día no hubo suerte.
No recuerdo cuantos partidos del mundial debería haber visto aquel verano pero estoy seguro que fueron muchos, casi todos.
Para un niño de diez años recién estrenados que nunca antes había pensado en un balón de futbol no estaba nada mal.
Mi afición por este deporte llegó así, de sopetón.
Las tediosas tardes de finales de junio y de principios de julio se convirtieron de repente en algo apetecible, atractivo y emocionante.
Para un niño acostumbrado a jugar al escondite y a canicas en la hora del recreo y que hasta el momento había detestado las retransmisiones de ese juego tan pesado suponía un cambio radical en sus aficiones.
De hecho no recuerdo patear un solo balón hasta ese verano, cuando instantes después de ver los partidos por televisión me dirigía a mi habitación con un balón de plástico amarillo y simulaba las jugadas que acababa de ver emulando a los Sócrates, Lato, Rossi y Rumenigge ante el desconcierto de mi madre que nunca antes había sufrido los pelotazos en casa.
Pero en el pueblo era distinto. No tenía que pasar la tarde obligatoriamente encerrado en casa con la televisión como amigo del alma sino que era libre de salir, deambular con la bicicleta y experimentar por mi cuenta. Por ello me perdí la final. Aún no me había convertido en un forofo auténtico sino que simplemente estaba empezando a caer bajo el hechizo esférico.
Recuerdo como un par de días después de la final, justo enfrente de los helados italianos que me regalaba cada tarde así que disponía de cinco duros, me encontré tirado en el suelo un periódico deportivo (diría que se trataba del “Dicen”) del día siguiente al triunfo transalpino. Sin detenerme en exceso en su lectura resolví guardarlo como recordatorio del evento ya que allí se relataba con todo lujo de detalles todo lo acontecido en el partido así como un resumen del campeonato. Al llegar a casa lo guardé con cuidado en una carpeta y me dije para mí mismo que desde ese momento coleccionaría los periódicos deportivos de grandes eventos para poder disfrutarlos de nuevo cuando fuera adulto. Ese día comenzó una nueva afición que guardo hasta hoy, treinta años después.