viernes, 27 de junio de 2014

Hombres con el cuello del polo alzado


Si bien no he conseguido resolver aún una de mis grandes dudas existenciales (el motivo por el que algunos hombres usan calcetines con las sandalias de verano) ya me asalta como una exhalación otro de los grandes enigmas sobre la indumentaria moderna: los hombres que se pasean, orgullosos, con el cuello del polo levantado.

Descartando antes que nada motivos de comodidad (entiendo que pasarse el día rozándose el cogote con el cuello levantado no debe ser muy cómodo) empiezo a elaborar curiosas teorías sobre el tema sin estar verdaderamente convencido. Casi todos los motivos que encuentro tienen que ver con una curiosa manera de entender la adoración del propio ego de los personajes que aparecen sueltos por la calle con el cuello alzado.

Según mis caseros estudios sociológicos dichos individuos abundan por las zonas altas de Barcelona y por zonas colindantes a la gran ciudad con una curiosidad: por zonas como Sant Cugat es posible encontrarlos moviéndose por exclusivos clubs deportivos, algunos de ellos con el atrevimiento ochentero de anudarse un jersey a juego sobre los hombros; por otras zonas como Hospitalet, Ripollet, Mollet (y algunas otras no terminadas en -et) se encuentran hombres con el cuello alzado con la característica peculiar de que este va doblándose  paulatinamente a medida que pasa la tarde por tratarse de polos de imitación, por cierto algo ajustados.

Estos estrictos estudios demuestran claramente que la moda aparece con mayor furor entre las clases acomodadas, dispuestas como siempre a marcar estilo, aunque en este caso se trate de uno algo macarra. Se demuestra también que en los barrios populares se tiende a copiar esa corriente aún con la conciencia mas o menos clara que no se va a poder vacilar de un polo de cien euros.


Los orígenes de la cuestión debería buscarlos, supongo, en nuestros vecinos italianos, auténticos innovadores en lo que a moda maculina chulesca se refiere. Tal vez venga de allí pero lo cierto es que mi primer recuerdo de un cuello alzado nada tiene que ver con un italiano. ¿Recuerdan al gran Eric? Monsieur Cantona innovó con su estilo inimitable liderando al Manchester United, tirando de garra, de fuerza y a menudo de agresividad y violencia con ese cuello levantado que tanto impresionaba a los niños. Recuerdo claramente su mirada, antes de tirar una falta, clavando  los ojos sobre el portero rival a la vez que se alzaba el cuello lentamente pero con fiereza. Un ritual intimidatorio como pocos he visto en el deporte. Los rivales temían su fuerza y su temperamento y el momento en que se alzaba el cuello mirando al resto de jugadores por encima del hombro  representaba, concentrada, toda esa carga de tensión y chulería contenida. Un destello que iluminaba su genialidad. Por cierto, sus miles de imitadores supongo que persiguen concentrar algo de ese poder intimidatorio masculino sin saber, ingenuos, que suscitan a menudo sonrisas calladas a tenor de la ridiculez de sus pintas. Au revoir monsieur Cantona!

domingo, 15 de junio de 2014

Un gran olvidado: Arthur Friedenreich



Arthur cambió la historia del futbol mundial para siempre. Y sin embargo pocos se acuerdan de él.
Arthur jugaba con un balón rudimentario por las polvorientas calles del Sao Paulo de inicios de siglo XX. Un niño mulato que salvó la vida cierto día en que un auto de la época irrumpió en su calle y él -balón pegado al pie- esqui
vó el atropello con un ágil y rápido movimiento de regate. Cuenta la leyenda que aquél día nació el "Jogo bonito" brasileño, aquél en que importa más el placer que el resultado, aquél que incide en las líneas curvas y olvida las rectas tal y como nos recuerda Eduardo Galeano, el que hace vibrar a todos, por el que merece la pena ver un encuentro.

Hijo de lavandera negra y de comerciante alemán, Fredenreich tuvo el coraje de luchar contra su propio destino ligado al color de su piel.
En una época y un país dónde se permitían por reglamento las faltas a los negros en los encuentros de fútbol, Arthur demostró que ni con la violencia nadie era capaz de pararlo y sorprendió a propios y extraños con la velocidad de su juego, la agilidad y hermosura de sus movimientos, su capacidad goleadora inaudita y su hambre de éxito y triunfo. De repente un negro lideraba una "seleçao" de brasil - recordemos que por aquel entonces el fútbol brasileño era coto de blancos y ricos- y eso no estaba bien visto ni era natural. Tal vez por ello Arthur se veía obligado a menudo a alisarse como podía el pelo y a embadurnarse la cara con polvo de arroz para emblanquecer su semblante. Aún así siempre mantuvo claro su origen y se mostró orgulloso de su raza en una época en la que el prejuicio y el racismo postesclavista hacían imposible el éxito social de un negro.

Arthur fue el mejor de su época y pocos saben que aún hoy es el mayor goleador de la historia del fútbol mundial. Las estadísticas actuales no tienen en cuenta las de épocas antiguas y nunca se dieron por válidas las de Arthur, aunque los periódicos de la época las recogen y hablan de una media de casi gol y medio por partido con un total de 1329 goles, unos cientos más que Pelé.

Nunca pudo participar en un mundial por lesiones pero obtuvo la admiración mundial en diversos torneos en Francia y Alemania dónde fue catalogado como "Rey de reyes", sorprendiendo a los periodistas europeos que nunca habían visto nada similar. Llevó a Brasil a ganar sus primeros campeonatos sudamericanos y dio entrada en el fútbol a todos los brasileños, a los negros, mulatos, "sararás" y demás que vieron en él la posibilidad de mejorar sus vidas y luchar por su éxito social. Y vaya si lo hicieron. Sus herederos regalaron al fútbol los mejores jugadores del mundo, la creatividad y la alegría, el espectáculo y el baile en el estadio.


Arthur nunca fue consciente de ello pero el título logrado en 1919 con su gol ante Uruguay volcó la mirada de la sociedad brasileña hacia el fútbol y desde ese momento ya nada sería lo mismo en la historia del deporte. Ese mismo día del triunfo ante los Charrúa los periódicos de todo el país abrieron sus portadas con la foto de un negro triunfador...era el principio de un cambio que aún hoy está muy lejos de ser completado.


martes, 3 de junio de 2014

Pan y circo

El paralelismo entre el futbol y el antiguo circo romano es más que obvio. Las pasiones desatadas que el deporte rey hace aflorar entre el personal no tienen comparación con otros deportes. Hablamos de una mezcla de política (el Sevilla era el equipo de los señoritos y el Betis el de los trabajadores, parecido a Valencia y Levante y tantos otros), nacionalismo (que decir del "mes que un club"), historia (Huelva y Palamós como clubes más antiguos de la liga española por ejemplo), lugar de arraigo (Barça y Bayern Múnich son los clubes con más socios del mundo), religión (Celtic de Glasgow es el equipo de los católicos escoceses descendientes de emigrantes irlandeses frente a Glasgow Rangers, club de los protestantes), cultura popular (a quien no se les escapa la consecuencia de la influencia africana en el alegre fútbol brasileño, o el trabajo físico y de bloque de equipo de los teutones como herencia de su cultura).

Si en el circo romano el pueblo acudía enfervorecido a la llamada de la sangre vitoreando a los mejores luchadores y enloquecía brutalmente en una catarsis colectiva, en nuestro fútbol  moderno se da algo parecido habiendo sustituido el aroma de la sangre por el del lomo a la plancha y la arena por una hierba excelsa.

Los jugadores nos representan aunque nada tengan que ver con nosotros ni con nuestra cultura o lugar de origen. Esos colores y ese escudo son de cada uno de nosotros a modo de identidad sagrada y los llevamos orgullosos por allá donde vamos. Los que tenemos la gran suerte de ser seguidores de un equipo grande nos enorgullecemos de su poder mediático y nos refuerza el espíritu saber que somos conocidos en el mundo entero. Los seguidores de equipos más modestos tienen que conformarse con la gloria local o regional pero con el mismo orgullo enarbolan sus banderas. Los seguidores de otras partes del mundo aparecen cada día con mayor fuerza gracias a la supuesta democratización tecnológica. Así, equipos como Barça, Madrid, Manchester, Milán, Arsenal, Chelsea, Bayern o Juve trascienden su espacio regional o nacional para erigirse en iconos modernos adorados des de lugares lejanos en los que cada vez se viven las ligas europeas con mayor entusiasmo, como si fueran propias. Eso es algo que me descoloca un tanto y me aturde. Se me hace difícil entender la pasión blaugrana de un marfileño o la de un vietnamita.

Globalización a parte el deporte rey mantiene su esplendor gracias a las grandes firmas comerciales y a oscuros intereses de las corporaciones televisivas y afines. Las mareantes cifras con que se negocian los traspasos, las fichas y demás son poco menos que un insulto para el ciudadano medio. Pero nosotros continuamos yendo cada domingo al templo para dar rienda suelta a nuestras pasiones, pasando por alto y escondiendo bajo la alfombra de nuestra conciencia todo el conglomerado de "pan y circo" que sustenta el negocio.

Me maravilla observar como tantas personas razonablemente instruidas, con cierta consciencia social y sentido crítico se dejan fascinar de manera casi mágica por este espectáculo de masas. Naturalmente que yo mismo me incluyo en esta masa amorfa de seguidores; cómo no! Sin embargo y en contadas ocasiones de introspección aguda no puedo sino sonrojarme interiormente cuando me veo a mi mismo pensando en un partido o comentando el estado de ánimo de Messi esta temporada con cualquier desconocido en un bar. Se trata de una vergüenza amable, sutil y ligera, supongo que por aquello que debe ser compartida con millones de personas en todo el mundo. La pregunta final es: me interesa más el fichaje del central que llevamos temporadas esperando o el devenir de la humanidad? El tiempo que dedico a la primera da respuesta a la segunda…  

Parejita japonesa en el Camp Nou

La parejita japonesa está comprando una entrada de reventa a un chico pakistaní en los aledaños del Camp Nou. Hoy vamos a ver un partido de champions y los dos turistas orientales, ataviados con bufanda "antimadridista", gorro blaugrana, camiseta oficial recién comprada por la mañana y mejillas pintadas con los colores del equipo se disponen a acceder al estadio por la puerta ochenta y seis. La emoción contenida durante tanto tiempo no mengua con la larga escalinata de subida a la tercera gradería y en cuanto acceden a la boca y contemplan por primera vez la inmensidad del estadio, el brillar espectacular del césped con la iluminación nocturna y el ambiente previo de unos cuartos de final de champions no pueden reprimir a la vez un sonoro "ohh", seguido de risas nerviosas y de una multitud incomprensible de fotos con el afán de captar todo lo que sus sentidos les muestran. Cuando me piden que les haga una foto juntos con el estadio de fondo procuro captar la mejor de las instantáneas posibles y  creo que logro capturar su sonrisa llena de emoción en una pose de pareja algo forzada, al estilo japonés.

Me dirijo a mi asiento y observo como suben las escaleras procurando su número de entrada. Finalmente consiguen descifrarlo y se sientan un par de filas por debajo, justo a mi izquierda.
Desde mi posición puedo observarlos y detenerme en la expresión del rostro de la chica cuando suena el himno de la Champions y ambos equipos saltan al terreno de juego.  Se trata de una mujer de unos veinte años, tal vez más. Por sus gestos de emoción diríase que se trata de una adolescente de quince pero descarto rápidamente esa edad al reparar en sus manos, sin duda adultas. Ella se echa las manos a la cabeza, como aturdida por el fragor del estadio en las primeras notas del himno del barça y parece enloquecer con los gritos de la afición al final de la música. Barça, barça, baaaaarça! Salta de emoción y mira a lo largo y ancho del estadio maravillada por el ruido que a ella le parece ensordecedor. Creo que el deporte japonés no se caracteriza por la barullo y el griterío y pese a que en can Barça este es mínimo comparado con otros estadios a nuestros amigos orientales debe parecerles algo increíble.


A los dos minutos de juego aparecen dos espectadores rezagados subiendo las escaleras a toda prisa. Parecen fastidiados al haberse perdido la salida de los equipos y miran hacia la zona donde están acomodados los japoneses con cara de estupefacción.  Adivino rápidamente que se trata de dos socios que se encuentran con sus localidades de toda la vida ocupadas por error por dos guiris. Acceden hasta su lugar y con pocas palabras los mandan fuera mientras analizan las entradas de los jóvenes japoneses y les indican que tienen que ir hacia otra boca, más a la izquierda. Los chicos, con cara de  puteados a la japonesa, o sea con una sonrisa educada y nada congruente,  bajan las escaleras y se adentran hacia la boca por la que antes salieron, justo en el momento en que Ronaldinho lanza un derechazo descomunal que entra por toda la escuadra inglesa . Cómo debe gritarse goooool en japonés? Me entristezco por la muchacha . Se ha perdido el golazo y interiormente deseo que mi equipo marque más goles hoy para que ella pueda llevarse, por lo menos uno de regalo a su casa.

RELAX



Es un sábado de marzo, uno de los pocos en que el invierno se da una dulce tregua para consuelo de domingueros como él, que sin nada mejor que hacer decide pasear despreocupadamente por el paseo marítimo y dejarse llevar como por azar hacia la playa.
Ese espacio otrora sembrado de miles de sombrillas y pavimentado ordenadamente por toallas de sol hoy se le presenta como un páramo vasto, grandioso y vacío, sólo salpicado por alguna pareja y familias que han decidido madrugar para disfrutar de ese agradable sol de invierno sobre la arena.
Pasea hundiendo con parsimonia los pies sobre la arena mientras contempla ensimismado el inmenso espacio que los dioses le han regalado esta mañana. Se acerca poco a poco a la orilla y decide sentarse en un lugar solitario, tranquilo, relajado.
Por unos instantes se abandona escuchando el vaivén del leve oleaje con la mirada perdida en el horizonte. Decide recostarse y dejar que el sol acaricie tibiamente su rostro mientras el mantra de la orilla lo sitúa cada vez mas en un lugar muy lejano. Por un momento se abandona a sus ensoñaciones sintiéndose feliz, disfrutando de un momento de placer como hacia tiempo que no disfrutaba.
El calor de su rostro, el sonido del agua, la comodidad de su cuerpo. Todo le invita a pensar que este sábado será fantástico, que podrá dedicarlo a reencontrarse con él mismo, que podrá desencadenarse por un dia del trasiego horrible de su trabajo, de la frustración supina de su vida en pareja, del fracaso con que encaja la educación de sus tres hijos, de la falta de sentido que a menudo siente cuando se levanta por la mañana.
Por unos instantes y en esa tremenda soledad siente que hoy podría encontrar sentido a todo; algo interior le dice que está a punto de revelarse algo importante, mágico. Algo que puede hacer que cada día se levante por la mañana con ganas de comerse el mundo, de ser feliz. El mantra del agua le acerca poco a poco hacia ese secreto a punto de desvelarse. Sus ojos cerrados y acariciados por los rayos de sol invernales comienzan a vibrar agradablemente en espera de ese descubrimiento. Su mente imagina una gran bola de color rojizo que va meciéndose lentamente, aproximándose a él. Nota con felicidad que a medida que esa gran bola se va acercando surgen unos rayos de colores y comienza a tener certeza que cuando esa gran masa rojiza llegue hacia él ese mensaje vital le será revelado. Van pasando los segundos y se va acercando el momento. La relajación es tan fuerte  que se le escurre el cigarrillo entre los dedos y no se da ni cuenta. Los rayos aparecen cada vez con más y más potencia. Toda esa energía mental está cristalizando en una nueva forma. Emocionado, espera paciente a que su mente recomponga esa imagen, ahora ya seguro que una respuesta clara va a a aparecérsele. Impresionado por la claridad de la imagen se esfuerza en observar ese proceso que parece que va a terminar cuando de repente un enorme golpetazo en la cara le tira las gafas de sol y le gira la cabeza completamente. Un intenso dolor le remuerde la mejilla mientras siente que su cerebro se está recomponiendo dentro del cráneo del tremendo batacazo inesperado. Entre asustado y cabreado se incorpora para entender qué ha ocurrido, no sin antes marearse levemente y comprobar en décimas de segundo que un terrible dolor de cabeza se ha apoderado de él. Consigue abrir los ojos cuando observa que delante de él hay una pelota de cuero, concretamente la oficial de la liga de fútbol. Entendiendo al segundo que esa fue la culpable de la agresión se gira rápidamente mirando de lado a lado. Su mirada se detiene en un adolescente de no más de trece años que se dirige hacia él con cara de compungido y que balbucea algo parecido a unas disculpas.
Consigue respirar hondo y otea rápidamente toda la playa comprobando que en cientos y cientos de metros no hay nadie más. Ante esta perspectiva un cabreo profundo se apodera de él. Su único pensamiento circular gira entorno a la pregunta de por qué ese jodido muchacho tuvo que elegir precisamente ese espacio cuando disponía de kilómetros de libertad. Sin poder desprenderse de esa idea, agarra rápidamente el balón y ejecutando una maniobra perfecta de cancerbero británico practica un saque espectacular con el balón que viaja alegremente por el aire y aterriza al lado de la boya que marca el límite a los bañistas.

DESCUBRIMIENTO




Al ver la calle desierta me pregunté si no sería ya la hora de la final del mundial. Italia y Alemania iban a verse las caras en Madrid para finiquitar el mundial ochenta y dos.
Efectivamente el partido había empezado ya. Me pregunté con extrañeza el motivo por el que en aquel momento me apetecía más estar dando vueltas en mi flamante Rabassa roja de cross por la parte antigua de Palamós que llegarme a casa a ver el partido pero no supe responderme o tal vez elegí claramente la libertad de la bicicleta a la vuelta a casa temprana. El hecho es que me perdí la final. Mientras pedaleaba por la subida de la Catifa pensando en la bajada espectacular que me esperaba tras el esfuerzo previo me asaltaba la idea de descansar un rato y ver si los italianos -mis favoritos al contar con Rossi entre sus filas- eran capaces de ganar a los germanos. Pero no descansé y me pasé el resto de la tarde en bici pasando una y otra vez por delante de la casa de “ella” contando con un golpe de suerte para coincidir “casualmente”. Creo que aquél día no hubo suerte.
No recuerdo cuantos partidos del mundial debería haber visto aquel verano pero estoy seguro que fueron muchos, casi todos.
Para un niño de diez años recién estrenados que nunca antes había pensado en un balón de futbol no estaba nada mal.
Mi afición por este deporte llegó así, de sopetón.
Las tediosas tardes de finales de junio y de principios de julio se convirtieron de repente en algo apetecible, atractivo y emocionante.
Para un niño acostumbrado a jugar al escondite y a canicas en la hora del recreo y que hasta el momento había detestado las retransmisiones de ese juego tan pesado suponía un cambio radical en sus aficiones.
De hecho no recuerdo patear un solo balón hasta ese verano, cuando instantes después de ver los partidos por televisión me dirigía a mi habitación con un balón de plástico amarillo y simulaba las jugadas que acababa de ver emulando a los Sócrates, Lato, Rossi y Rumenigge ante el desconcierto de mi madre que nunca antes había sufrido los pelotazos en casa.
Pero en el pueblo era distinto. No tenía que pasar la tarde obligatoriamente encerrado en casa con la televisión como amigo del alma sino que era libre de salir, deambular con la bicicleta y experimentar por mi cuenta. Por ello me perdí la final. Aún no me había convertido en un forofo auténtico sino que simplemente estaba empezando a caer bajo el hechizo esférico.
Recuerdo como un par de días después de la final, justo enfrente de los helados italianos que me regalaba cada tarde así que disponía de cinco duros, me encontré tirado en el suelo un periódico deportivo (diría que se trataba del “Dicen”) del día siguiente al triunfo transalpino. Sin detenerme en exceso en su lectura resolví guardarlo como recordatorio del evento ya que allí se relataba con todo lujo de detalles todo lo acontecido en el partido así como un resumen del campeonato. Al llegar a casa lo guardé con cuidado en una carpeta y me dije para mí mismo que desde ese momento coleccionaría los periódicos deportivos de grandes eventos para poder disfrutarlos de nuevo cuando fuera adulto. Ese día comenzó una nueva afición que guardo hasta hoy, treinta años después.