domingo, 16 de agosto de 2015

Futbol en la plaza mayor



La plaza del pueblo es uno de los lugares por excelencia donde practicar con el balón. Especialmente cuando tienes entre ocho y diez años y aún no te atreves a saltar la valla para acceder al campo de fútbol de la escuela no hay demasiadas alternativas para soñar con ser Messi o Iker Casillas.

Observo desde una terracita justo en medio de la plaza mayor de l'Espluga de Francolí cómo siete niños persiguen incansablemente un balón marcando goles a un chiquitín chino vestido del barça que defiende como portería la puerta de la iglesia aunque con grandes esfuerzos sólo logra bloquear alguno de los tremendos disparos que los más mayores le regalan. Como siempre, el pequeñín es el más pringado de todos en los partidillos de calle.

Entre sorbo y sorbo de mi merecida caña tras quince quilómetros de marcha por la comarca me divierto observando a los chiquillos y me entretengo escuchando las conversaciones de los adolescentes que están sentados en la mesa de enfrente. Sus conversaciones me recuerdan descaradamente a las mías a su edad en el pueblo. Largas tardes de agosto en la plaza donde jóvenes veraneantes y oriundos aprenden y experimentan, ríen y inventan alocadas historias que todos reconocen como falsas pero convierten en verdaderas.

El sol se escurre entre la sombrilla y ataca mi brazo izquierdo. El calor del interior tarraconense es duro pero seco, engrandeciendo el bienestar en las zonas de sombra.

Mis compañeros de terraza son curiosos. A parte del grupito de quinceañeros me acompañan dos jóvenes rumanos que parece que sean de l'Espluga de toda la vida y un par de abuelos tomando vinos sin parar y fumando interminables cigarrillos de liar que no se sacan de la boca para conversar.

El partidillo sigue su curso y el niño chino sigue encajando goles sin parar. Aún recibiendo un tremendo "chupinazo" en toda la cara tiene la moral, tras lloriquear unos segundos, de seguir con el juego. Por lo que veo los mayores no se apiadan demasiado del pequeño y le invitan sutilmente a "descansar" en el banco un rato; a lo que el proyecto de portero se niega en rotundo.

 

Una tarde de domingo de agosto en el pueblo. Todo sigue su curso y a partir de las seis los adultos comienzan a dejarse ver por la plaza para sentarse a tomar un café con los amigos. Más niños invaden el lugar, esta vez armados con bicicletas y patines. Tocan las campanas. El sol en un momento de derrota se esconde tras un cúmulo y el viento agita levemente las hojas de las moreras de la plaza.

 

Los adolescentes siguen su animada conversación sobre borracheras, tipos chungos del pueblo y aventuras inventadas en el instituto y yo me siento viajando en el tiempo a mis quince años y las aburridas tardes de agosto... Por lo que veo las cosas no han cambiado demasiado en casi treinta años.

 

Apuro mi caña y me levanto dispuesto a pasear un rato por el pueblo. Me acerco a los futbolistas de la plaza y me paro a observarlos de cerca: corren con ímpetu, sin reglas de espacio, sonriendo y gritando. Chen (así le llaman) les recuerda que lleva jugando de portero mucho rato y quiere hacer de jugador y uno de los mayores le espeta que se espere a tres goles más. El niño protesta argumentando que le dijeron lo mismo antes y que ya le han marcado unos diez goles. Sin pensármelo dos veces le digo a Chen que salga a jugar, que yo voy a ocupar su lugar en la puerta de la iglesia. El niño desconfía al principio pero me sonríe satisfecho de la oportunidad y sale disparado a jugar. Miro a los mayores que se han quedado estupefactos y sin atreverse a decir nada siguen jugando y entienden que no voy a dejar que me marquen ni un solo gol, bueno, sólo le dejaré marcar uno a Chen...

miércoles, 8 de julio de 2015

Gin tonics en el chino


Cae la tarde y Juan Pablo no quiere regresar a casa. Sabe que la histérica de su mujer está esperándole con las mil recriminaciones habituales, con las cantinelas de siempre y las agonías perturbadoras nuevas que en esta última temporada ella anda perfeccionando hasta la extenuación.
Se sienta en una mesa del bar chino de siempre y cae en la cuenta que por la televisión con churretes grasientos aparecen las imágenes de su queridísimo madrid que hoy juega partido de champions en Alemania. Se alegra y sin pensárselo dos veces le pide a Lili un gin tonic -"de campeones", sugiere con voz divertida. Manda un wazzapp a Lourdes donde brevemente le cuenta que hoy hay partido y que se queda en el bar. Ella no contesta el mensaje convencida que si no hubiera partido sería otra excusa.
Juan Pablo no es lo que se dice un alcohólico al uso sino más bien un hombre que se deja acompañar por las copas en sus momentos de tristeza, que dicho sea de paso, son diarios.
El futbol en el chino es una de sus mas valiosas excusas para escapar de su angustioso hogar.
Los primeros años con Lourdes eran otra cosa. Bajaban juntos al bar a ver los partidos (ella es colchonera) y reían y se provocaban y se besaban. A menudo se quedaban en casa y practicaban el ritual de las patatas fritas, cacahuetes y cervecita para amenizar el encuentro. Él recuerda disfrutar junto a ella en estos momentos de pre-match; por la mañana ya pensaba en la velada junto a Lourdes que a menudo terminaba en un apasionado encuentro marital en el sofá paralelo al partido de futbol.
Pero ahora todo era distinto. Lourdes había perdido la ilusión de antaño por él. El paso de los años había sentenciado una relación destinada al fracaso. Juan Pablo sabía bien de eso. Su sentido premonitorio a menudo lo sorprendía. En este sentido, desde el mismo dia en que la conquistó supo que se trataba de la mujer de su vida pero algo le hacía presagiar que podía tratarse de su peor fracaso. Y con esa convicción en el alma dejó pasar el tiempo sin hacer nada por evitar el derrumbe.
Juan Pablo apura la copa y se dispone a pedirse la siguiente. Se percata que no està atento al partido sino que está pensando en Lourdes. Se siente culpable por amarla intensamente pero no saber demostrárselo. Cree que todo està perdido ya y no se ve con fuerzas para intentar un acercamiento seductor. Reconoce que las mujeres esperan precisamente eso de los hombres pero se dice a sí mismo que todo esto es puro teatro que ya dispone de grandes especialistas del ligoteo de barra. Él no es lo que se dice un seductor. Se observa a si mismo: barriga incipiente, calva cada vez más depurada, uñas negras de mecánico, barba de días y mirada de desilusión. Si apareciera un dia por casa vestido de traje y corbata, perfumado, afeitado y con flores y una invitación a cenar Lourdes se reiría en su cara!

Cristiano marca un extraño gol de espuela y Juan Pablo le da un nuevo sorbo a su gin tonic ajeno a la celebración de la parroquia.
Lourdes por su parte lee en la cama tranquilamente una de las novelas de Agatha Christie que aún le faltaba por disfrutar de su colección adolescente. Sin saber bien como su mano cae relajadamente sobre sus pechos y lentamente se acaricia el torso hasta llegar irremediablemente a su  lugar secreto entreteniéndose en juguetear con sus pliegues más íntimos recordando el tremendo orgasmo que le regaló hace unos meses su compañero del curso de inglés. No se siente culpable por haber traicionado a Juan Pablo en aquella situación. Se trató mas bien de una pequeña venganza liberadora.


El tercer gin tonic llega a su fin y un leve y agradable estado de euforia invade al mecánico del Clot. Pareciera ahora que las agonías cotidianas se difuminan en un halo de felicidad contenida. Habla con el chino del bar sin llegar a entenderse demasiado y intenta gastar alguna broma a la gordita Lili que rie una y otra vez sin entender un pimiento. Juan Pablo se percata de la situación y mientras pide su cuarta copa rememora grandes momentos de su juventud; sueños por construir, ilusiones en proyectos de trabajo, ligues de verano, exitosas salidas de grupo donde él siempre era el más agudo y bromista. Hundiendo la mirada se pregunta cómo ha dejado que la madurez lo fagocitara de esta manera tan cruel. Sin poder tener hijos, con un trabajo de mierda en un taller de barrio, con una otrora  hermosa mujer ahora marchitada y herida, con una falta de ilusión en el presente y en el futuro que no va más allá de evadirse en el bar mirando el futbol.  Y es precisamente esto, la falta de ilusión continuada, el convencimiento que el futuro será igual al presente o tal vez peor lo que inmoviliza a Juan Pablo y tapona sus pensamientos. Sólo el fútbol y su querido Madrid con la expectativa semanal de ilusión pasajera alegran parcialmente su existencia marcando dias concretos en el calendario donde sentir alguna esperanza y motivación, aunque esta salga sólo de las botas de Cristiano.

martes, 30 de junio de 2015

Nochebuena en el frente


 Aquél agujero infecto en el que el coronel Higgins, tan querido por todo su batallón,  expiró tras una agonía de varias horas fruto de una horrible herida de metralla en el cuello, servía ahora -semanas después de su fallecimiento- de lugar de recogimiento para toda la tropa que habitaba indefinidamente la trinchera. En una especie de altar erigido en su honor se exponía una litografía antigua en la que aparecían en formación los orgullosos futbolistas de la selección inglesa de football. Al pie aparecían los nombres de los jugadores así como el año (1906). El último nombre era el del capitán, el propio Higgins. Se le podía observar posando orgulloso con el balón bajo el brazo, con una leve sonrisa escondida tras su espeso mostacho. El coronel era una apasionado de ese deporte. En las largas esperas en la trinchera los soldados no se cansaban de escuchar las grandes hazañas de su coronel tanto en la selección como en su querido West  Ham. Era capaz de relatar de mil maneras la agónica victoria ante el combinado francés en París; cada vez de manera distinta, con goles en el último minuto una vez, con penaltis injustos otra, con inferioridad de jugadores por lesión otras y con aplastante superioridad británica las más. Pero en cada relato, Higgins, atrapaba en un halo de ilusión a todos los soldados, llevándolos a una tarde de gloria deportiva lejos de la metralla, de los cañonazos, haciéndoles olvidar el olor dulzón de la sangre de los caídos y la nauseabunda pestilencia de las heridas infectadas sin remedio.
Los soldados habían idolatrado a su coronel también por su excelente buen humor aún en las jornadas más desgarradoras. Los más jóvenes encontraron en él a un segundo padre en el campo de batalla: sereno, positivo, capaz de insuflar fe y animar a los más deprimidos, de  serenar a los más desesperados y siempre dispuesto a escuchar y compartir.

Cuando el viejo futbolista expiró entre barro, pólvora y sangre todo el batallón lloró y durante unos días pareció que la muerte había ganado definitivamente la guerra sumiendo a los más jóvenes en el miedo y la desesperanza. No fue hasta el quinto día tras la muerte de Higgins que alguien reaccionó. Y como cabía esperar no fue otro sino el cabo Burns.
El cabo se dirigió a la tropa tras su guardia y lanzó una suerte de proclamas para dar ánimo a sus compañeros. Especialmente hábil en lo dialéctico, Burns se emocionó cuando a viva voz se preguntaba qué era lo que Higgins les había enseñado y que su "padre en la guerra" se estaría revolviendo en la fosa si observara a sus soldados en ese estado anímico lamentable. Poco a poco sus palabras hicieron efecto y súbitamente McMillan le interrumpió, litografía en mano, proponiendo la idea de honrar el último lugar con vida de su coronel y convertir ese escaso metro de la trinchera en el "lugar" de Higgins. Los soldados colgaron con cariño la litografía y decoraron el agujero con hojas de papel llenas de dedicatorias y dibujos. Burns dedicó una tarde a confeccionar con retales de cuero y casacas de los fallecidos un rudimentario balón de fútbol para coronar el particular homenaje del batallón. Y desde ese día todos los soldados pasaban por allí en silencio y con respeto. Algunos se sentaban a menudo enfrente observando la litografía e imaginando a Higgins en el estadio de Boleyn Ground anotando goles frente al Leeds United, espoleando a sus compañeros, contagiando sus ansias de victoria y su fe inquebrantable. Uno de sus lemas decía algo así como "si crees que puedes conseguirlo ya estás a medio camino de la meta".

La gran guerra siguió su curso y la vida cotidiana en la trinchera cada vez tenía menos de vida y más de muerte. Sin embargo el agujero de Higgins seguía intacto y cuidado por sus compañeros. Los que iban muriendo dejaban paso a nuevos soldados de relevo que adoptaban la fe en Higgins de inmediato. Hasta que llegó el día en que Burns, el último soldado que había conocido al entrañable coronel murió de un certero disparo germano en la sien  tras varias jornadas sin un solo ruido. A menudo ocurría eso: días enteros sin disparos, en calma, pudiendo escuchar las conversaciones del enemigo a esos próximos cien metros, en su trinchera, pasando por las mismas penalidades que los ingleses. Ocurría que germanos y británicos se insultaban y bromeaban cada uno en su cubículo, hablando en la lengua del enemigo para que este pudiera entender perfectamente las referencias a su madre y a los tópicos de su país en tono de mofa. De vez en cuando, tras un siempre frustrado ataque a la trinchera enemiga, ambos bandos izaban bandera blanca para poder recoger a los muchos muertos y heridos escampados por tierra de nadie, despedazados unos, enredados en las alambradas otros.  Alemanes e ingleses aprovechaban para intercambiarse algunos productos de primera necesidad y para compartir tabaco.  Los escasos trescientos hombres de ambos bandos que estaban predestinados a matarse en aquella colina se conocían todos de vista y algunos de ellos conocían hasta los nombres de pila de sus enemigos. Por ello no resultó tan extraño lo acontecido en la nochebuena de 1915 cuando a propuesta del capitán Millar se izó bandera blanca y se acordó con el enemigo un alto el fuego especial para pasar la Navidad sin disparos. Los hombres salieron de sus trincheras y compartieron sin importar uniformes sus víveres, tabaco y licores. Y bien entrada la noche, al calor de la ginebra, alguien se atrevió a profanar el altar de Higgins y balón en mano propuso jugar un partido de fútbol en el llano entre las trincheras, británicos contra alemanes.

Fue aquélla la última navidad para la mayoría de jóvenes allí reunidos. Los supervivientes, sin embargo, recordarían para siempre los goles nocturnos anotados entre la alambrada, las risas y alegría compartida en la nochebuena más extraña de sus vidas.  

martes, 19 de mayo de 2015

Adolescente Goleador


El adolescente congraciado con el gol cree que es a lo único que puede aferrarse. Los entrenamientos de los martes y jueves así como los partidos del sábado resultan siempre ser los mejores momentos de la semana. Por ello los ansía y el simple hecho de saber que mañana jugará le da fuerzas para soportar las interminables clases de tercero de Eso, aburridas sobremanera.
No destaca en nada más en la vida. Un chico agradable pero no guapo, que aprueba los cursos pero sin gran ilusión ni ganas, hijo único de una pareja desgraciada y peleona, últimamente con mayor agresividad a tenor de la embriaguez cada vez más continuada de su padre. Con amigos normales, con vivencias normales, con expectativas reducidas.
Sólo su extrema facilidad goleadora le permite observar la vida con cierta alegría. Acostumbra a retarse en silencio antes de los entrenamientos y partidos aumentando su nivel de autoexigencia. Es consciente que a su edad ya no va a llegar a ser jugador profesional de la élite. Se conforma. Sin embargo el fútbol es aquello que le da vida, que le ayuda a mirar al frente con ilusión y fuerza. Consciente de ello se aferra al balón como salvación personal en una vida sin brillo.

El sábado pasado marcó dos nuevos goles, ambos de cabeza, bien posicionado y atento. Con ello consiguió encabezar la tabla de goleadores de la categoría por vez primera en su vida.

Cuando salta al césped se transforma en un líder, en un ser concentrado que se mueve, corre y grita en un estado de fluidez absoluta. Sus controles de balón acostumbran a ser exquisitos, auténticos e inconscientes, fruto de un aprendizaje tras esmerado entrenamiento personal. Su pasión por el juego lo transforma en un adolescente esforzado, disciplinado y trabajador. En solitario se dedica a perfeccionar sus movimientos,  tardes enteras ensayando voleas, controles orientados de todo tipo lanzando balones al aire, sprints con el balón controlado, fintas sorteando defensores invisibles, visualizaciones mentales de jugadas increíbles tal y como aprendió en aquél manual. Una vida. Toda su energía aplicada al fútbol. Su padre le tira en cara que sea incapaz de invertir su gran disciplina y esfuerzo hacia los estudios. Con razón. Para él la ESO es secundaria. Sólo se esfuerza al máximo en aquello que le apasiona y divierte. A menudo se sorprende a sí mismo cuando cae en la cuenta de las horas que ha pasado golpeando al balón en solitario. Entonces, lejos de avergonzarse, se siente pleno y comprende que el talento debe ser cultivado, trabajado y sudado. Sólo así puede ser y sólo así se goza de cualquier tarea. Los goles no son más que el resultado, la evidencia y el premio. Comprende que su verdadero triunfo no reside en encabezar la tabla goleadora sino en su goce absoluto en el entrenamiento y sus movimientos gráciles y seguridad de líder sobre el terreno de juego. Aún no es consciente que si dispone de esa fortaleza y disciplina estas podrán ser aplicadas en el futuro a otros ámbitos de su vida. Nadie le ha dicho aún que pocos nacen con talento innato y que este debe ser trabajado y disfrutado para llegar al éxito. Ningún adulto le ha enseñado que su potencial no es marcar goles ni controlar el balón sino el hecho de creer en sí mismo, de esforzarse a diario y de disfrutar consiguiendo los pequeños retos que se marca. De explotar sus talentos y apoyarse en ellos. De eso va el éxito en la vida. Y su tutor de la ESO aún no se ha enterado.

sábado, 18 de abril de 2015

Sociedad líquida y fútbol: el partido del siglo I


Cada año llega el partido del siglo. Desde que tengo uso de razón cada temporada nos venden por los medios uno o más partidos del siglo y nos lo creemos sin pensar demasiado. 
Así son las cosas. Esta temporada ya no recordamos el partido del siglo del año pasado. Sólo existe este, el de la semana que viene. Y en él ponemos todas nuestras energías y esperanzas.
Los futboleros atendemos a la llamada del super partido esperanzados por la posible gloria sin atender a los fracasos ni disfrutar de las alegrías pasadas. Esa esperanza en un espectáculo increíble se nos presenta a modo de anestesia frente a  los sometimientos y renuncias sociales que nos estrangulan. El poder se ampara en nuestra libertad para elegir de entre todas las posibilidades para centrar nuestra atención precisamente aquellas con mayor dosis de diversión, emoción y pasión permitiéndonos olvidar todo aquello que nos atenaza o la simple observación de la injusticia de la que todos formamos parte.
A modo de "pan y circo" el partido del siglo somete sutilmente nuestras ansias de libertad -para los que las tengan- así como anestesia a todos aquellos que no tienen conciencia de estar alienados. Mi caso particular es el del alienado parcial amparado en la incoherencia. Sólo me salvan las tesis de Bauman. Bendita sociedad líquida.

jueves, 9 de abril de 2015

Aftermatch en la barra



No todas las noches Toni llega a casa tan borracho con la excusa algo sobada del partido de copa. Esta noche nuestro amigo intenta abrir la puerta de la calle recordando las risas entusiastas con sus amigos a propósito de la conversación machista sobre sus mujeres. Lo que a priori parece algo sexista se reconvierte con el calor de las copas en un diálogo ameno, comprensible y lo que es peor, consensuado entre todos sus amigos. "No puede ser que a todos nos ocurran las mismas cosas", piensa mientras lucha ferozmente por encontrar la llave.
Esta noche el barça ha derrotado al atlético por un triste uno a cero. Toni lo ha pasado bien. Tuvo frío, allí en tercera gradería, pero se llevó la manta para taparse las piernas.
Cuando salía del estadio Fede le chinchó para irse al bar de costumbre a hacer la última copa y él, ingenuo, picó. Fede tiene una relación abierta con Carla, tan abierta que está llena de posibilidades. Miguel está soltero, asiduo a las putas, sin hora límite de vuelta a casa. Ricardo tiene novia pero está lejos hoy.
Los cuatro toman copas entre risas y recuerdos de adolescencia. La cuarentena les está minando la vida pero ellos siguen empedernidos en su juventud bien llevada.
Toni se siente culpable por emborracharse lejos  de su amada, aquella que nueve meses atrás le dejó tras más de diez años junto, pero se toma gin-tonic tras gin-tonic encogiendo a cada trago su remordimiento.
La terapia machista del futbol surge efecto y hace que los cuatro muchachos vuelvan a casa enardecidos, eufóricos.
Por su parte, Toni, siente hoy con más firmeza que ama a Eva. Lo siente con mayor ímpetu contra más violentas son las reprimendas de sus amigos; "¿cómo que la has de re enamorar?..."; "¿ella sabrá lo que se pierde, no?"; "¿y ahora has de hacer los mil detallitos de novio primerizo?"; "Aprovecha que toda tu vida has ligado para ponerte ahora las botas!"; "¿Cómo que se siente insegura?... O amas a alguien o no!"; "la culpa es tuya por ser un calzonazos"; "para que una relación funcione bien tú debes marcar las líneas rojas desde el inicio"….  En ese contexto de machos entre copas todo parece claro. Un hombre debe manejar sus sentimientos con firmeza, sabiéndose dueño y señor de sí mismo, con un sutil toque de dominación disimulada por una seguridad bien aparentada. Uno no puede venirse abajo ni dejarse llevar por emociones que un machote como él debería controlar. Brindan y ríen. Despotrican de sus mujeres y se burlan de lo que no entienden. Parecen felices.
Pero a decir verdad, en la soledad de su dormitorio Toni no puede controlar sus sentimientos y rompe a llorar violentamente, con tal ímpetu y voluntad que parecería que todas las lágrimas nunca antes derramadas se concentran hoy en su almohada, empapada y con un dulce aroma a ginebra. Siente que toda la fortaleza y nueva determinación encontrada en el bar se esfuma con sigilo dando paso a la angustia profunda por no tener a Eva su lado, por no sentir su cuerpo ni su risa. Poco a poco una somnolencia alcoholizada se va apoderando de él ajeno a la realidad que esa fortaleza masculina del bar también se desvanece invariablemente en el resto de sus amigos, en la totalidad de hombres que él cree conocer. 

domingo, 22 de febrero de 2015

Pensamientos del guardameta I


No fue  otro motivo sino únicamente la obstinada testarudez del técnico argentino, destinado a diferenciarse definitivamente de su escuela de origen, la que llevó al modesto equipo desde la siempre presente opción de descenso a segunda a la permanente opción de lucha por el título liguero nacional. Más allá de los títulos, el equipo se había convertido en una escuadra de referencia mundial por su solvencia en el juego de ataque y su cariño por el control del balón y el juego. Todo ello había repercutido claramente en el modo de juego del guardameta, Miguel ,oriundo de un pequeño pueblo murciano, provocando en él largos espacios de tiempo sin intervenir en el juego, a la espera de algún balón cedido o alguna fugaz acción del contrincante, casi siempre pertrechado en su área defendiendo con uñas y dientes el acoso incesante de su rival.
Miguel disfrutaba de larguísimos espacios de paz, sin intervenir en el juego ya que sus compañeros se encargaban con éxito de mantener al contrincante agazapado en su área.
Aquella tarde, el guardameta andaba algo confuso por la última discusión con su esposa, fémina aguerrida y controladora, y se sentía apesadumbrado por las duras palabras de desdén que ella le había lanzado. Su nula misión en el juego le dejaba tiempo para aflorar sus pensamientos y desenchufarse momentáneamente del partido. Impertérrito al borde del área recordó el penoso origen de la discusión y llegó a la conclusión que el el hecho de descuidarse el pote de champú y gel abiertos en la bañera tampoco era algo tan grave ni ofensivo para provocar la aversiva conducta de su esposa. Así las cosas y ensimismado en tales pensamientos tuvo el acierto de dar un buen pase hacia el carrilero que de nuevo enzarzaba la batalla en terreno rival.
Miguel se sentía afligido por la dura discusión y se echaba la culpa por no haber tapado los dichosos  enseres del baño pero un atisbo de rabia contenida recorría sus venas: ¿cómo podía ser que en su baño se agolparan de manera inexplicable docenas de champús para la caspa, para la grasa, para fortalecer, para las mechas, teñidos, rizos perfectos , ondulados, reflejos, alisado japonés, liso normal y tantos otros acompañados de filtros solares, mascarillas diversas, tónicos de todo tipo y acondicionadores de diversas marcas y todos ellos -eso sí, perfectamente tapados- pero todos a medias o casi llenos?, ¿cómo se explicaba eso?, ¿no era aquella suerte de muestra extrema de peluquería de lujo atiborrada mucho peor que su simple bote de gel destapado encima de la bañera? ,  ¿no representaba para su orden cotidiano mucha mayor afrenta toda aquélla algarabía sin sentido que un triste champú sin cerrar? , ¿a qué extraña adicción se debería aquél desvarío que tanto le acongojaba cada mañana en el baño educado él en una cultura de "cuando se termina algo se compra lo siguiente"?  Atrapado en esa idea no atisbó a reaccionar ante un descomunal punterazo desde fuera del área del nueve rival, que a la postre era calvo y celebró el golazo con su equipo dejándose besar la cabeza repetidamente por el resto de sus compañeros.

martes, 17 de febrero de 2015

Un 5 de diciembre de 1976


En diciembre se cumplieron 38 años de un momento histórico para el fútbol vasco. Fue una soleada tarde de ese mes de 1976 en el viejo y querido Atocha, símbolo del fútbol guipuzcoano, dónde saltaban al césped juntos los dos equipos más laureados de Euskadi: la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao. Pero aquella salida de ambos conjuntos iba a ser especial y conmovedora para toda la parroquia. Los dos capitanes, Inaxio Kortabarria y el mítico José Ángel Iribar, aparecían juntos enarbolando la bandera de su país, en aquél momento prohibida en España. Pasearon desde la salida de vestuarios hasta el centro del campo con una Ikurriña casera bordada por la hermana de Josean de la Hoz, suplente del club realista que había propuesto y liderado semejante afrenta ante el aún fascistoide gobierno de España.
Todos los jugadores secundaron en comitiva a sus capitanes demostrando al mundo su orgullo por ser vascos y recriminando la falta de libertades en la que vivíamos todos sumidos por aquél entonces.
Josean de la Hoz tuvo la idea inicial y así fue propuesta al resto de jugadores de la Real y al club; más tarde lo propondrían al Athlétic y sus jugadores aceptando todos inmediatamente.
La Ikurriña llegó al estadio escondida en el automóvil del propio Josean. Quiso la mala suerte o la intuición de un policía de la época que el vehículo del propio jugador fuera parado en las inmediaciones de Atocha y registrado a conciencia queriendo la fortuna que la bandera escondida bajo los asientos no fuera vista por los agentes.
Se comenta que algunos de los policías nacionales dentro del estadio al ver que los dos equipos saltaban al terreno de juego con su insignia nacional estuvieron a punto de crear un serio altercado arrebatándoles a los capitanes la tela por la fuerza y pretendiendo detenerlos allí mismo. Alguno de los uniformados, no nos consta si por inteligencia o por miedo, hizo desistir a sus descerebrados compañeros y se limitó a lanzar unos cuantos gritos al estilo de "esto no quedará así!" hacia los jugadores.
El público donostiarra que asistió a ese partido difícilmente va a olvidar lo sucedido. Los jugadores creo que tampoco. Y es que algunas veces el deporte regala gratas sorpresas en forma de reivindicación o pequeñas rebeldías ante la injusticia. Quizás estas anécdotas nos queden muy lejanas hoy, especialmente en el multimillonario mundo del fútbol de élite pero vale la pena rescatarlas del baúl de los recuerdos para que los deportistas jóvenes de hoy no se limiten exclusivamente a estar pendientes de su corte de pelo o  de su nueva chaqueta de diseño exclusivo con filigranas a juego con los botones de la bragueta.
Aquél 5 de diciembre la victoria realista por 5-0 fue lo anecdótico. Ganaron todos. Ganó Euskadi. 

domingo, 1 de febrero de 2015

Encuentros en el patio de la escuela


Tras aquél verano del ochenta y dos vino como de costumbre la anhelada vuelta al cole. Sí. Era anhelada por el reencuentro con los amigos, por el retorno a los juegos en el recreo, por las risas y aventuras con los de siempre. 
Anhelada sólo durante breve tiempo ya que la dura realidad se abría paso con rapidez y hacia finales de septiembre ya comenzaba a contar los días restantes para las vacaciones de navidad. 
Quinto curso. Aula nueva en el pasillo de los mayores. Nuevos retos por delante y una nueva afición en la mochila con la que poder divertirme y compartir con mis compañeros: el fútbol. 
Salir al patio desde los primeros días y formar parte del juego con todos los demás corriendo atolondradamente detrás de la pelota era un placer indescriptible que esperaba con ansia desde la entrada a primera hora de la mañana. 
Los cursos anteriores no había participado del juego pero desde el verano del mundial que ya había descubierto con ilusión lo divertido que era aquello. Desde el primer día que me entregué con ímpetu a los tremendos campeonatos de la hora del patio. Se trataba de partidos a vida o muerte en que poner la pierna y arrastrarse por el suelo no era problema, en que zancadillear o recibir empujones sólo se sancionaba en la medida en que la víctima soportaba el dolor o explotaba en llanto. 
Se trataba del típico juego alocado que todos recordamos con felicidad, aunque si nos remontamos a la época seguro que más de uno recuerda peleas y enfados monumentales por aspectos como equivocaciones en el tanteo, porteros que se distraían comiendo el bocata o porteros también que disimuladamente se dejaban meter un gol en el caso que el acuerdo fuera ocupar la portería por orden a un gol cada uno. En fin, nada nuevo. Aunque sí que es cierto que ocupar la portería cuando te morías de ganas de jugar era una de las grandes injusticias infantiles del momento. Fue por ese motivo que algún niño listo inventó aquello de los “porteros delanteros”. El tiempo de patio pasaba muy rápido cuando yo ocupaba la portería y anhelaba que me marcaran un gol para hacer cambio de guarda-meta y poder jugar. A medida que se acercaba el final de la hora de patio me observaba a mí mismo, esperando la jugada que me liberara. A menudo esta no llegaba y volvía frustrado a la clase de matemáticas. 

Otra de las grandes frustraciones aparecía en el momento previo al partido. Se trataba de un ritual cotidiano en que los dos capitanes, que a menudo eran nombrados mediante métodos poco democráticos, tenían que elegir a sus jugadores. Obviamente yo no era ningún portento de técnica ya que mi afición al fútbol era más que reciente y no había practicado demasiado. Aun así, me defendía como podía y me salvaba mi corpulencia, que en esos duelos de patio era un argumento importante. En dicho ritual mi autoestima me hacía creer que me iban a elegir de los primeros pero el lector ya debe intuir que eso no era así. Sin ser el último de la lista (el recurso del "bulto deambulante") nunca llegué a ser el primero, aunque debo decir en mi defensa que a medida que fue pasando el tiempo de aquél quinto curso y en adelante, mi "caché" fue subiendo enteros hasta llegar a los segundones que seguían a las estrellas de los equipos. 
Me da que las tretas y rituales del fútbol en el patio del colegio de inicio de los ochenta siguen vigentes a día de hoy. 

sábado, 31 de enero de 2015

Primer clásico



No recuerdo de dónde sacamos las entradas pero lo cierto es que conseguimos entrar al Nou Camp para ver nada menos que un Barça Madrid! Recuerdo el ambiente, sensacional así como los apretones en la tercera graderia, por aquella época aún sin asientos, con todo el mundo en pie y cierta sensación de peligro de avalancha del que sólo ahora soy consciente.
Yo no tendría más de quince años y aquél día resultaba algo especial. Habíamos quedado diez o doce adolescentes en la plaza habitual del barrio y nos habíamos provisto de elementos fundamentales para ir a ver un clásico: banderas -evidentemente con palo de escoba- , latas de cerveza, bocatas, paquetes de tabaco, un par de bengalas sencillas y el más osado - mi amigo Jordi- nos había provisto de diversas botellitas pequeñas (de las de hotel) de licores variados.
Llegamos al estadio con tiempo suficiente pero no bastó para poder ponernos todos juntos en la apretujada tercera graderia así que nos buscamos la vida cada uno como pudo. Yo me quedé con Jordi, el más decidido (y también a esas alturas el más entonado) y con Jaume cerca de una boca en segunda fila del abismo.
Camino al estadio tuvimos tiempo de ir dando cuenta de las cervezas, licores y tabaco que llevabamos encima. Debía terminarse todo aquella tarde! A ver quien era el valiente que se llevaba algo de sobra para casa….
Por mi juventud aún no bebía y sólo recuerdo dar algún trago de cerveza y de los licores de Jordi así como intentar hacerme el hombretón fumando un ducados.
La verdad es que estaba emocionado yendo al clásico. Era mi primer Barça - Madrid.
Para ser sincero no recuerdo absolutamente nada del juego ni del resultado. Sólo recuerdo vagamente la sonora pitada que se le dedicaba a Hugo Sánchez cada vez que tocaba un balón . Supongo que me quedé algo aturdido con alguno de los sorbos que di al botellín de coñac de Jordi en medio del partido, almenos si que recuerdo cierto "calorcito interno". Pero lo que recuerdo aún con mayor claridad es el momento en que Jordi dio el último sorbo a la botellita para dejarla vacía. Lo tengo tan vívido porque me quedé estupefacto al contemplar como mi amigo agarraba la botellita vacía y la lanzaba con fuerza hacia la segunda gradería mientras gritaba y reía. Me miró con cara de satisfacción buscando mi complicidad pero sólo encontró mi reproche y una mirada de desdén y preocupación. A dia de hoy, veinticinco años después no me dejo de preguntar a quién le debió abrir la cabeza aquella noche mi amigo. Si algún lector de este texto tuviera noticia de la víctima le puede contar lo sucedido años después y pedirle disculpas en nombre de Jordi.

jueves, 8 de enero de 2015

Deseo navideño de Julio


Entre adormecido y tenso el papá de Julio intenta echar una complicada cabezadita en ese sillón hospitalario aparentemente amable pero decididamente jodido aprovechando que el niño parece haberse dormido tras una noche entera de dolores, cambios de suero, controles de la enfermera y continuos mensajes de móvil de la mamá, que extenuada tras una semana de noches interminables fue hoy, vigilia de navidad, obligada por su esposo a marcharse a casa de los abuelos a descansar y reconfortarse con la familia.
Consigue dormir un corto espacio de tiempo, el suficiente para llenarse de extraños sueños que emanan felicidad, montañas infinitas y colores pastel acompañados de suaves sonidos que se truncan a cada poco con leves dolores en el cuello, encorvado y maltrecho en la silla. Mientras, Julio duerme tranquilo y sueña con despertarse esta mañana temprano y poder conocer a alguno de sus jugadores de fútbol favoritos que hoy mismo pasarán por el hospital infantil a visitar a los niños ingresados. Sus pensamientos oníricos lo llevan a verse corriendo en el estadio al lado del gran "10" brasileño, pasando el balón al delantero centro y recreándose en una hermosa pared al borde del área que termina en un maravilloso gol por la escuadra.
El movimiento en el hospital nunca cesa pero se hace más evidente a partir de las ocho cuando los desangelados carritos con los desayunos empiezan a escucharse a lo largo del pasillo. Ese instante recuerda al papá dónde se encuentra y al niño que tiene hambre y ambos despiertan simultáneamente a la vez que se buscan rápidamente con la mirada. Julio sonríe a su papá y le pregunta si durmió. Él asiente y simula un despertar lento tras un largo letargo.
El desayuno hoy es distinto. Es Navidad y el hospital se esmera en dar a los niños que pueden unos cereales especiales con unas galletas muy ricas. Además Julio descubre un pequeño regalo de Papa Noel debajo de la tapa: una tortuga Ninja!
Hoy es Navidad y su mamá llegará pronto con los regalos que aparecieron en casa de los abuelos para él!. Van a pasar el día los tres juntos y  Julio quiere que sea una jornada especial no sólo para él sino también para sus padres, sabedor que están sufriendo muchísimo.
Sin embargo, antes que llegue mamá van a pasar por el hospital los jugadores de fútbol que tantas veces vio por televisión. Desea con todas sus fuerzas que el gran "10" brasileño pase por su habitación. Desde sus primeros recuerdos siempre quiso ser como él: rápido, fuerte, listo, admirado y dueño y señor de todos los elogios mundiales. Desea tocarlo, darle la mano y  …. Qué demonios!, abrazarlo y besarlo!
Julio está nervioso. Va pasando el tiempo y los futbolistas no aparecen. Empieza a pensar en la posibilidad que todo haya sido un bulo o una simple declaración de buenas intenciones aunque se resiste a esta idea y se aferra a la ilusión.
Su papá lo anima y le comenta que, efectivamente, van a venir aunque no está seguro que su amado "10" aparezca por su habitación.
El niño  -como muchos- tiene endiosado a ese muchacho próximo a la treintena que tan bien toca el cuero. Piensa en él como en un ser supremo, poderoso y superior al resto. Querrá abrazarlo y besarlo cuando se le acerque; le pedirá un autógrafo, llorará de emoción, le pedirá poder verle en el estadio … pero todo cambia cuando el jugador de Paraná entra en la habitación. Julio comprende de repente que se trata de un simple hombre, un poco más joven que su padre, simpático y bien vestido. Pero un simple hombre.
Lejos de llorar o emocionarse, Julio se alegra discretamente y corresponde a los besos del jovial brasileño con entusiasmo aunque una leve desilusión se apodera de él progresivamente.
A la pregunta del astro mundial sobre qué le pidió esta navidad a Papa Noel, Julio no puede resistirse y le espeta: " que me invites a un partido y me dediques un gol las próximas navidades". Sorprendido, el "10" no sabe qué decir y le pregunta ingenuamente el motivo por el que tiene que cumplirse ese deseo en un año y no ahora mismo, en el próximo partido de copa…  Julio se queda callado unos segundos mientras el jugador le enrolla al cuello una bufanda del club y le besa cariñosamente en la mejilla mientras sonríe y mira a la cámara. Con calma, Julio le agarra suavemente por el cuello y hablándole discretamente al oído le comenta: "porque si puedo ir a tu partido las próximas navidades significará que estoy vivo".