martes, 3 de junio de 2014

Pan y circo

El paralelismo entre el futbol y el antiguo circo romano es más que obvio. Las pasiones desatadas que el deporte rey hace aflorar entre el personal no tienen comparación con otros deportes. Hablamos de una mezcla de política (el Sevilla era el equipo de los señoritos y el Betis el de los trabajadores, parecido a Valencia y Levante y tantos otros), nacionalismo (que decir del "mes que un club"), historia (Huelva y Palamós como clubes más antiguos de la liga española por ejemplo), lugar de arraigo (Barça y Bayern Múnich son los clubes con más socios del mundo), religión (Celtic de Glasgow es el equipo de los católicos escoceses descendientes de emigrantes irlandeses frente a Glasgow Rangers, club de los protestantes), cultura popular (a quien no se les escapa la consecuencia de la influencia africana en el alegre fútbol brasileño, o el trabajo físico y de bloque de equipo de los teutones como herencia de su cultura).

Si en el circo romano el pueblo acudía enfervorecido a la llamada de la sangre vitoreando a los mejores luchadores y enloquecía brutalmente en una catarsis colectiva, en nuestro fútbol  moderno se da algo parecido habiendo sustituido el aroma de la sangre por el del lomo a la plancha y la arena por una hierba excelsa.

Los jugadores nos representan aunque nada tengan que ver con nosotros ni con nuestra cultura o lugar de origen. Esos colores y ese escudo son de cada uno de nosotros a modo de identidad sagrada y los llevamos orgullosos por allá donde vamos. Los que tenemos la gran suerte de ser seguidores de un equipo grande nos enorgullecemos de su poder mediático y nos refuerza el espíritu saber que somos conocidos en el mundo entero. Los seguidores de equipos más modestos tienen que conformarse con la gloria local o regional pero con el mismo orgullo enarbolan sus banderas. Los seguidores de otras partes del mundo aparecen cada día con mayor fuerza gracias a la supuesta democratización tecnológica. Así, equipos como Barça, Madrid, Manchester, Milán, Arsenal, Chelsea, Bayern o Juve trascienden su espacio regional o nacional para erigirse en iconos modernos adorados des de lugares lejanos en los que cada vez se viven las ligas europeas con mayor entusiasmo, como si fueran propias. Eso es algo que me descoloca un tanto y me aturde. Se me hace difícil entender la pasión blaugrana de un marfileño o la de un vietnamita.

Globalización a parte el deporte rey mantiene su esplendor gracias a las grandes firmas comerciales y a oscuros intereses de las corporaciones televisivas y afines. Las mareantes cifras con que se negocian los traspasos, las fichas y demás son poco menos que un insulto para el ciudadano medio. Pero nosotros continuamos yendo cada domingo al templo para dar rienda suelta a nuestras pasiones, pasando por alto y escondiendo bajo la alfombra de nuestra conciencia todo el conglomerado de "pan y circo" que sustenta el negocio.

Me maravilla observar como tantas personas razonablemente instruidas, con cierta consciencia social y sentido crítico se dejan fascinar de manera casi mágica por este espectáculo de masas. Naturalmente que yo mismo me incluyo en esta masa amorfa de seguidores; cómo no! Sin embargo y en contadas ocasiones de introspección aguda no puedo sino sonrojarme interiormente cuando me veo a mi mismo pensando en un partido o comentando el estado de ánimo de Messi esta temporada con cualquier desconocido en un bar. Se trata de una vergüenza amable, sutil y ligera, supongo que por aquello que debe ser compartida con millones de personas en todo el mundo. La pregunta final es: me interesa más el fichaje del central que llevamos temporadas esperando o el devenir de la humanidad? El tiempo que dedico a la primera da respuesta a la segunda…  

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