martes, 3 de junio de 2014

RELAX



Es un sábado de marzo, uno de los pocos en que el invierno se da una dulce tregua para consuelo de domingueros como él, que sin nada mejor que hacer decide pasear despreocupadamente por el paseo marítimo y dejarse llevar como por azar hacia la playa.
Ese espacio otrora sembrado de miles de sombrillas y pavimentado ordenadamente por toallas de sol hoy se le presenta como un páramo vasto, grandioso y vacío, sólo salpicado por alguna pareja y familias que han decidido madrugar para disfrutar de ese agradable sol de invierno sobre la arena.
Pasea hundiendo con parsimonia los pies sobre la arena mientras contempla ensimismado el inmenso espacio que los dioses le han regalado esta mañana. Se acerca poco a poco a la orilla y decide sentarse en un lugar solitario, tranquilo, relajado.
Por unos instantes se abandona escuchando el vaivén del leve oleaje con la mirada perdida en el horizonte. Decide recostarse y dejar que el sol acaricie tibiamente su rostro mientras el mantra de la orilla lo sitúa cada vez mas en un lugar muy lejano. Por un momento se abandona a sus ensoñaciones sintiéndose feliz, disfrutando de un momento de placer como hacia tiempo que no disfrutaba.
El calor de su rostro, el sonido del agua, la comodidad de su cuerpo. Todo le invita a pensar que este sábado será fantástico, que podrá dedicarlo a reencontrarse con él mismo, que podrá desencadenarse por un dia del trasiego horrible de su trabajo, de la frustración supina de su vida en pareja, del fracaso con que encaja la educación de sus tres hijos, de la falta de sentido que a menudo siente cuando se levanta por la mañana.
Por unos instantes y en esa tremenda soledad siente que hoy podría encontrar sentido a todo; algo interior le dice que está a punto de revelarse algo importante, mágico. Algo que puede hacer que cada día se levante por la mañana con ganas de comerse el mundo, de ser feliz. El mantra del agua le acerca poco a poco hacia ese secreto a punto de desvelarse. Sus ojos cerrados y acariciados por los rayos de sol invernales comienzan a vibrar agradablemente en espera de ese descubrimiento. Su mente imagina una gran bola de color rojizo que va meciéndose lentamente, aproximándose a él. Nota con felicidad que a medida que esa gran bola se va acercando surgen unos rayos de colores y comienza a tener certeza que cuando esa gran masa rojiza llegue hacia él ese mensaje vital le será revelado. Van pasando los segundos y se va acercando el momento. La relajación es tan fuerte  que se le escurre el cigarrillo entre los dedos y no se da ni cuenta. Los rayos aparecen cada vez con más y más potencia. Toda esa energía mental está cristalizando en una nueva forma. Emocionado, espera paciente a que su mente recomponga esa imagen, ahora ya seguro que una respuesta clara va a a aparecérsele. Impresionado por la claridad de la imagen se esfuerza en observar ese proceso que parece que va a terminar cuando de repente un enorme golpetazo en la cara le tira las gafas de sol y le gira la cabeza completamente. Un intenso dolor le remuerde la mejilla mientras siente que su cerebro se está recomponiendo dentro del cráneo del tremendo batacazo inesperado. Entre asustado y cabreado se incorpora para entender qué ha ocurrido, no sin antes marearse levemente y comprobar en décimas de segundo que un terrible dolor de cabeza se ha apoderado de él. Consigue abrir los ojos cuando observa que delante de él hay una pelota de cuero, concretamente la oficial de la liga de fútbol. Entendiendo al segundo que esa fue la culpable de la agresión se gira rápidamente mirando de lado a lado. Su mirada se detiene en un adolescente de no más de trece años que se dirige hacia él con cara de compungido y que balbucea algo parecido a unas disculpas.
Consigue respirar hondo y otea rápidamente toda la playa comprobando que en cientos y cientos de metros no hay nadie más. Ante esta perspectiva un cabreo profundo se apodera de él. Su único pensamiento circular gira entorno a la pregunta de por qué ese jodido muchacho tuvo que elegir precisamente ese espacio cuando disponía de kilómetros de libertad. Sin poder desprenderse de esa idea, agarra rápidamente el balón y ejecutando una maniobra perfecta de cancerbero británico practica un saque espectacular con el balón que viaja alegremente por el aire y aterriza al lado de la boya que marca el límite a los bañistas.

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