viernes, 11 de marzo de 2016

Bares chinos en Barcelona

Como buen ciudadano barcelonés y barcelonista de inicios de siglo debo reconocer el tremendo impacto social que nuestros amigos de la comunidad china han llevado a cabo sobre el  comercio de nuestra ciudad. No me refiero solo a las famosas boutiques al por mayor que han acaparado la zona de Arc de Triomf y limítrofes ni a las famosas tiendas del concepto primitivo de "todo a cien" ni a las fruterías de toda la vida ni a las peluquerías y putiferios esclavistas sino más bien a los centenares de baretos de barrio que antaño eran regentados por gallegos, andaluces o castellanos y que poco a poco se han ido convirtiendo como por lento arte de magia a la influencia oriental. Una introducción sutil y relativamente agresiva puesto que la mayoría de los nuevos dueños de dichos negocios de restauración se apoyaron en un aprendizaje previo de la cocina local y las costumbres antes de lanzar las campanas al vuelo. El ejemplo clásico del ciudadano chino que compra un local gallego y durante un año mantiene al antiguo dueño para que le enseñe los secretos del pulpo a feira o de unas buenas bravas no es baladí. Muchos de estos nuevos propietarios se han "formado" para poder regentar un local de barrio en condiciones. Y dicha formación no se ha reducido exclusivamente a lo culinario sino que ha abarcado el arte comunicativo. Por ello es tan común -y chocante- atisbar chinos que se expresan en sus bares de barrio como sus antiguos amos: "joder tio!", "la madre que parió", "que cabrón", "joputa!" Incluso abusando de dichos términos coloquiales y como formando parte indispensable de su nuevo vocabulario en español. Resulta curioso que alguien que no controla los tiempos verbales te regale de repente un "eres un jodío!"
El mismo aprendizaje de idioma coloquial lo hicieron diversas mujeres chinas adaptándose a su puesto de venta en la frutería:"que va a ser guapa?", "oferta de mandarinas para chica guapa como tú!" (dirigiéndose a la abuela),"las lechugas están frescas como tú".....
Pero volviendo al ámbito de la restauración debemos reconocer el tremendo apoyo que los bares chinos han tenido por parte del fútbol. Y es que cualquier barrio (exceptuando el cuadrante que abarca de la Diagonal para arriba y Gràcia para la izquierda)  se debe a sus baretos chinos donde bajar a ver el partido del Barça cualquier dia de la semana. No fallan. Tenemos la seguridad absoluta de poder ver el partido mientras nos tomamos unas tapas y cervezas con los amigos y vecinos a un precio por debajo de lo razonable. Es fantástico.
Los nuevos dueños de los antros (Juan, Toni, mi querido Hao) acostumbran a interactuar con los parroquianos como si fueran del barrio de toda la vida y el público, maravillado por el esfuerzo lingüístico del chino responde con gracia y naturalidad. El jodido chino ha conseguido recrear el ambiente que buscaba sin formar parte de la cultura dominante.
Capítulo aparte merecen las mujeres chinas que se insinúan de una manera tan poco sutil como estudiada (tanto que la insinuación desaparece): "hola guapo!", "te sienta muy bien el blanco", "oye que mi marido no está! Jaja".
Sin embargo asistir un encuentro del Barça en el chino de turno ya se erige en un clásico, en ritual semanal para miles de ciudadanos. Y es esa percepción de clásico, de costumbre arraigada la que me merece especial atención y me arranca cierta preocupación puesto que me lleva a pensar en la cantidad de tiempo necesario para que algo sea considerado como clásico o cultural. Y ciertamente el fenómeno chino creo que es reciente...

Pese a todo hoy me bebí un par de cervezas, un frankfurt asqueroso y un generosísimo carajillo en el bar de Juan, emblema de los borrachos del bajo Guinardó, mientras veía como el Rayo Vallecano caía estrepitósamente ante mi Barça.


Y si les soy sincero me sentí a gusto pese  a la mierda de bocadilo.  

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