Como
buen ciudadano barcelonés y barcelonista de inicios de siglo debo reconocer el
tremendo impacto social que nuestros amigos de la comunidad china han llevado a
cabo sobre el comercio de nuestra
ciudad. No me refiero solo a las famosas boutiques al por mayor que han
acaparado la zona de Arc de Triomf y limítrofes ni a las famosas tiendas del concepto primitivo de "todo a cien" ni a las fruterías de
toda la vida ni a las peluquerías y putiferios esclavistas sino más bien a los centenares
de baretos de barrio que antaño eran regentados por gallegos, andaluces o
castellanos y que poco a poco se han ido convirtiendo como por lento arte de
magia a la influencia oriental. Una introducción sutil y relativamente agresiva
puesto que la mayoría de los nuevos dueños de dichos negocios de restauración
se apoyaron en un aprendizaje previo de la cocina local y las costumbres antes
de lanzar las campanas al vuelo. El ejemplo clásico del ciudadano chino que
compra un local gallego y durante un año mantiene al antiguo dueño para que le
enseñe los secretos del pulpo a feira o de unas buenas bravas no es baladí.
Muchos de estos nuevos propietarios se han "formado" para poder
regentar un local de barrio en condiciones. Y dicha formación no se ha reducido
exclusivamente a lo culinario sino que ha abarcado el arte comunicativo. Por
ello es tan común -y chocante- atisbar chinos que se expresan en sus bares de
barrio como sus antiguos amos: "joder tio!", "la madre que
parió", "que cabrón", "joputa!" Incluso abusando de
dichos términos coloquiales y como formando parte indispensable de su nuevo
vocabulario en español. Resulta curioso que alguien que no controla los tiempos
verbales te regale de repente un "eres un jodío!"
El mismo aprendizaje
de idioma coloquial lo hicieron diversas mujeres chinas adaptándose a su puesto
de venta en la frutería:"que va a ser guapa?", "oferta de
mandarinas para chica guapa como tú!" (dirigiéndose a la abuela),"las
lechugas están frescas como tú".....
Pero volviendo al
ámbito de la restauración debemos reconocer el tremendo apoyo que los bares
chinos han tenido por parte del fútbol. Y es que cualquier barrio (exceptuando
el cuadrante que abarca de la Diagonal para arriba y Gràcia para la izquierda) se debe a sus baretos chinos donde bajar a
ver el partido del Barça cualquier dia de la semana. No fallan. Tenemos la
seguridad absoluta de poder ver el partido mientras nos tomamos unas tapas y
cervezas con los amigos y vecinos a un precio por debajo de lo razonable. Es
fantástico.
Los nuevos dueños de
los antros (Juan, Toni, mi querido Hao) acostumbran a interactuar con los
parroquianos como si fueran del barrio de toda la vida y el público,
maravillado por el esfuerzo lingüístico del chino responde con gracia y
naturalidad. El jodido chino ha conseguido recrear el ambiente que buscaba sin
formar parte de la cultura dominante.
Capítulo aparte
merecen las mujeres chinas que se insinúan de una manera tan poco sutil como
estudiada (tanto que la insinuación desaparece): "hola guapo!",
"te sienta muy bien el blanco", "oye que mi marido no está!
Jaja".
Sin embargo asistir
un encuentro del Barça en el chino de turno ya se erige en un clásico, en
ritual semanal para miles de ciudadanos. Y es esa percepción de clásico, de
costumbre arraigada la que me merece especial atención y me arranca cierta
preocupación puesto que me lleva a pensar en la cantidad de tiempo necesario
para que algo sea considerado como clásico o cultural. Y ciertamente el
fenómeno chino creo que es reciente...
Pese a todo hoy me
bebí un par de cervezas, un frankfurt asqueroso y un generosísimo carajillo en
el bar de Juan, emblema de los borrachos del bajo Guinardó, mientras veía como
el Rayo Vallecano caía estrepitósamente ante mi Barça.
Y si les soy sincero
me sentí a gusto pese a la mierda de
bocadilo.
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