domingo, 1 de febrero de 2015

Encuentros en el patio de la escuela


Tras aquél verano del ochenta y dos vino como de costumbre la anhelada vuelta al cole. Sí. Era anhelada por el reencuentro con los amigos, por el retorno a los juegos en el recreo, por las risas y aventuras con los de siempre. 
Anhelada sólo durante breve tiempo ya que la dura realidad se abría paso con rapidez y hacia finales de septiembre ya comenzaba a contar los días restantes para las vacaciones de navidad. 
Quinto curso. Aula nueva en el pasillo de los mayores. Nuevos retos por delante y una nueva afición en la mochila con la que poder divertirme y compartir con mis compañeros: el fútbol. 
Salir al patio desde los primeros días y formar parte del juego con todos los demás corriendo atolondradamente detrás de la pelota era un placer indescriptible que esperaba con ansia desde la entrada a primera hora de la mañana. 
Los cursos anteriores no había participado del juego pero desde el verano del mundial que ya había descubierto con ilusión lo divertido que era aquello. Desde el primer día que me entregué con ímpetu a los tremendos campeonatos de la hora del patio. Se trataba de partidos a vida o muerte en que poner la pierna y arrastrarse por el suelo no era problema, en que zancadillear o recibir empujones sólo se sancionaba en la medida en que la víctima soportaba el dolor o explotaba en llanto. 
Se trataba del típico juego alocado que todos recordamos con felicidad, aunque si nos remontamos a la época seguro que más de uno recuerda peleas y enfados monumentales por aspectos como equivocaciones en el tanteo, porteros que se distraían comiendo el bocata o porteros también que disimuladamente se dejaban meter un gol en el caso que el acuerdo fuera ocupar la portería por orden a un gol cada uno. En fin, nada nuevo. Aunque sí que es cierto que ocupar la portería cuando te morías de ganas de jugar era una de las grandes injusticias infantiles del momento. Fue por ese motivo que algún niño listo inventó aquello de los “porteros delanteros”. El tiempo de patio pasaba muy rápido cuando yo ocupaba la portería y anhelaba que me marcaran un gol para hacer cambio de guarda-meta y poder jugar. A medida que se acercaba el final de la hora de patio me observaba a mí mismo, esperando la jugada que me liberara. A menudo esta no llegaba y volvía frustrado a la clase de matemáticas. 

Otra de las grandes frustraciones aparecía en el momento previo al partido. Se trataba de un ritual cotidiano en que los dos capitanes, que a menudo eran nombrados mediante métodos poco democráticos, tenían que elegir a sus jugadores. Obviamente yo no era ningún portento de técnica ya que mi afición al fútbol era más que reciente y no había practicado demasiado. Aun así, me defendía como podía y me salvaba mi corpulencia, que en esos duelos de patio era un argumento importante. En dicho ritual mi autoestima me hacía creer que me iban a elegir de los primeros pero el lector ya debe intuir que eso no era así. Sin ser el último de la lista (el recurso del "bulto deambulante") nunca llegué a ser el primero, aunque debo decir en mi defensa que a medida que fue pasando el tiempo de aquél quinto curso y en adelante, mi "caché" fue subiendo enteros hasta llegar a los segundones que seguían a las estrellas de los equipos. 
Me da que las tretas y rituales del fútbol en el patio del colegio de inicio de los ochenta siguen vigentes a día de hoy. 

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