No
recuerdo de dónde sacamos las entradas pero lo cierto es que conseguimos entrar
al Nou Camp para ver nada menos que un Barça Madrid! Recuerdo el ambiente,
sensacional así como los apretones en la tercera graderia, por aquella época
aún sin asientos, con todo el mundo en pie y cierta sensación de peligro de
avalancha del que sólo ahora soy consciente.
Yo no
tendría más de quince años y aquél día resultaba algo especial. Habíamos
quedado diez o doce adolescentes en la plaza habitual del barrio y nos habíamos
provisto de elementos fundamentales para ir a ver un clásico: banderas
-evidentemente con palo de escoba- , latas de cerveza, bocatas, paquetes de
tabaco, un par de bengalas sencillas y el más osado - mi amigo Jordi- nos había
provisto de diversas botellitas pequeñas (de las de hotel) de licores variados.
Llegamos
al estadio con tiempo suficiente pero no bastó para poder ponernos todos juntos
en la apretujada tercera graderia así que nos buscamos la vida cada uno como
pudo. Yo me quedé con Jordi, el más decidido (y también a esas alturas el más
entonado) y con Jaume cerca de una boca en segunda fila del abismo.
Camino al
estadio tuvimos tiempo de ir dando cuenta de las cervezas, licores y tabaco que
llevabamos encima. Debía terminarse todo aquella tarde! A ver quien era el
valiente que se llevaba algo de sobra para casa….
Por mi
juventud aún no bebía y sólo recuerdo dar algún trago de cerveza y de los
licores de Jordi así como intentar hacerme el hombretón fumando un ducados.
La verdad
es que estaba emocionado yendo al clásico. Era mi primer Barça - Madrid.
Para ser
sincero no recuerdo absolutamente nada del juego ni del resultado. Sólo
recuerdo vagamente la sonora pitada que se le dedicaba a Hugo Sánchez cada vez
que tocaba un balón . Supongo que me quedé algo aturdido con alguno de los
sorbos que di al botellín de coñac de Jordi en medio del partido, almenos si
que recuerdo cierto "calorcito interno". Pero lo que recuerdo aún con
mayor claridad es el momento en que Jordi dio el último sorbo a la botellita
para dejarla vacía. Lo tengo tan vívido porque me quedé estupefacto al
contemplar como mi amigo agarraba la botellita vacía y la lanzaba con fuerza
hacia la segunda gradería mientras gritaba y reía. Me miró con cara de
satisfacción buscando mi complicidad pero sólo encontró mi reproche y una mirada
de desdén y preocupación. A dia de hoy, veinticinco años después no me dejo de
preguntar a quién le debió abrir la cabeza aquella noche mi amigo. Si algún
lector de este texto tuviera noticia de la víctima le puede contar lo sucedido
años después y pedirle disculpas en nombre de Jordi.