Cae la
tarde y Juan Pablo no quiere regresar a casa. Sabe que la histérica de su mujer
está esperándole con las mil recriminaciones habituales, con las cantinelas de
siempre y las agonías perturbadoras nuevas que en esta última temporada ella anda perfeccionando hasta la
extenuación.
Se sienta en una
mesa del bar chino de siempre y cae en la cuenta que por la televisión con
churretes grasientos aparecen las imágenes de su queridísimo madrid que hoy
juega partido de champions en Alemania. Se alegra y sin pensárselo dos veces le
pide a Lili un gin tonic -"de campeones", sugiere con voz divertida.
Manda un wazzapp a Lourdes donde brevemente le cuenta que hoy hay partido y que
se queda en el bar. Ella no contesta el mensaje convencida que si no hubiera
partido sería otra excusa.
Juan Pablo no es lo
que se dice un alcohólico al uso sino más bien un hombre que se deja acompañar
por las copas en sus momentos de tristeza, que dicho sea de paso, son diarios.
El futbol en el
chino es una de sus mas valiosas excusas para escapar de su angustioso hogar.
Los primeros años
con Lourdes eran otra cosa. Bajaban juntos al bar a ver los partidos (ella es
colchonera) y reían y se provocaban y se besaban. A menudo se quedaban en casa
y practicaban el ritual de las patatas fritas, cacahuetes y cervecita para amenizar
el encuentro. Él recuerda disfrutar junto a ella en estos momentos de
pre-match; por la mañana ya pensaba en la velada junto a Lourdes que a menudo
terminaba en un apasionado encuentro marital en el sofá paralelo al partido de
futbol.
Pero ahora todo era
distinto. Lourdes había perdido la ilusión de antaño por él. El paso de los
años había sentenciado una relación destinada al fracaso. Juan Pablo sabía bien
de eso. Su sentido premonitorio a menudo lo sorprendía. En este sentido, desde
el mismo dia en que la conquistó supo que se trataba de la mujer de su vida
pero algo le hacía presagiar que podía tratarse de su peor fracaso. Y con esa
convicción en el alma dejó pasar el tiempo sin hacer nada por evitar el
derrumbe.
Juan Pablo apura la
copa y se dispone a pedirse la siguiente. Se percata que no està atento al
partido sino que está pensando en Lourdes. Se siente culpable por amarla
intensamente pero no saber demostrárselo. Cree que todo està perdido ya y no se
ve con fuerzas para intentar un acercamiento seductor. Reconoce que las mujeres
esperan precisamente eso de los hombres pero se dice a sí mismo que todo esto
es puro teatro que ya dispone de grandes especialistas del ligoteo de barra. Él
no es lo que se dice un seductor. Se observa a si mismo: barriga incipiente,
calva cada vez más depurada, uñas negras de mecánico, barba de días y mirada de
desilusión. Si apareciera un dia por casa vestido de traje y corbata,
perfumado, afeitado y con flores y una invitación a cenar Lourdes se reiría en
su cara!
Cristiano marca un
extraño gol de espuela y Juan Pablo le da un nuevo sorbo a su gin tonic ajeno a
la celebración de la parroquia.
Lourdes por su parte
lee en la cama tranquilamente una de las novelas de Agatha Christie que aún le
faltaba por disfrutar de su colección adolescente. Sin saber bien como su mano
cae relajadamente sobre sus pechos y lentamente se acaricia el torso hasta llegar
irremediablemente a su lugar secreto
entreteniéndose en juguetear con sus pliegues más íntimos recordando el
tremendo orgasmo que le regaló hace unos meses su compañero del curso de
inglés. No se siente culpable por haber traicionado a Juan Pablo en aquella
situación. Se trató mas bien de una pequeña venganza liberadora.
El tercer gin tonic
llega a su fin y un leve y agradable estado de euforia invade al mecánico del
Clot. Pareciera ahora que las agonías cotidianas se difuminan en un halo de
felicidad contenida. Habla con el chino del bar sin llegar a entenderse
demasiado y intenta gastar alguna broma a la gordita Lili que rie una y otra
vez sin entender un pimiento. Juan Pablo se percata de la situación y mientras
pide su cuarta copa rememora grandes momentos de su juventud; sueños por
construir, ilusiones en proyectos de trabajo, ligues de verano, exitosas
salidas de grupo donde él siempre era el más agudo y bromista. Hundiendo la
mirada se pregunta cómo ha dejado que la madurez lo fagocitara de esta manera
tan cruel. Sin poder tener hijos, con un trabajo de mierda en un taller de
barrio, con una otrora hermosa mujer
ahora marchitada y herida, con una falta de ilusión en el presente y en el
futuro que no va más allá de evadirse en el bar mirando el futbol. Y es precisamente esto, la falta de ilusión
continuada, el convencimiento que el futuro será igual al presente o tal vez
peor lo que inmoviliza a Juan Pablo y tapona sus pensamientos. Sólo el fútbol y
su querido Madrid con la expectativa semanal de ilusión pasajera alegran
parcialmente su existencia marcando dias concretos en el calendario donde
sentir alguna esperanza y motivación, aunque esta salga sólo de las botas de
Cristiano.