El
adolescente congraciado con el gol cree que es a lo único que puede aferrarse.
Los entrenamientos de los martes y jueves así como los partidos del sábado
resultan siempre ser los mejores momentos de la semana. Por ello los ansía y el
simple hecho de saber que mañana jugará le da fuerzas para soportar las
interminables clases de tercero de Eso, aburridas sobremanera.
No destaca en nada más en la vida. Un chico agradable pero no guapo,
que aprueba los cursos pero sin gran ilusión ni ganas, hijo único de una pareja
desgraciada y peleona, últimamente con mayor agresividad a tenor de la
embriaguez cada vez más continuada de su padre. Con amigos normales, con
vivencias normales, con expectativas reducidas.
Sólo su
extrema facilidad goleadora le permite observar la vida con cierta alegría.
Acostumbra a retarse en silencio antes de los entrenamientos y partidos
aumentando su nivel de autoexigencia. Es consciente que a su edad ya no va a
llegar a ser jugador profesional de la élite. Se conforma. Sin embargo el
fútbol es aquello que le da vida, que le ayuda a mirar al frente con ilusión y
fuerza. Consciente de ello se aferra al balón como salvación personal en una
vida sin brillo.
El sábado
pasado marcó dos nuevos goles, ambos de cabeza, bien posicionado y atento. Con
ello consiguió encabezar la tabla de goleadores de la categoría por vez primera
en su vida.
Cuando salta
al césped se transforma en un líder, en un ser concentrado que se mueve, corre
y grita en un estado de fluidez absoluta. Sus controles de balón acostumbran a
ser exquisitos, auténticos e inconscientes, fruto de un aprendizaje tras
esmerado entrenamiento personal. Su pasión por el juego lo transforma en un
adolescente esforzado, disciplinado y trabajador. En solitario se dedica a
perfeccionar sus movimientos, tardes
enteras ensayando voleas, controles orientados de todo tipo lanzando balones al
aire, sprints con el balón controlado, fintas sorteando defensores invisibles,
visualizaciones mentales de jugadas increíbles tal y como aprendió en aquél
manual. Una vida. Toda su energía aplicada al fútbol. Su padre le tira en cara
que sea incapaz de invertir su gran disciplina y esfuerzo hacia los estudios.
Con razón. Para él la ESO es secundaria. Sólo se esfuerza al máximo en aquello
que le apasiona y divierte. A menudo se sorprende a sí mismo cuando cae en la
cuenta de las horas que ha pasado golpeando al balón en solitario. Entonces,
lejos de avergonzarse, se siente pleno y comprende que el talento debe ser
cultivado, trabajado y sudado. Sólo así puede ser y sólo así se goza de
cualquier tarea. Los goles no son más que el resultado, la evidencia y el
premio. Comprende que su verdadero triunfo no reside en encabezar la tabla
goleadora sino en su goce absoluto en el entrenamiento y sus movimientos
gráciles y seguridad de líder sobre el terreno de juego. Aún no es consciente
que si dispone de esa fortaleza y disciplina estas podrán ser aplicadas en el
futuro a otros ámbitos de su vida. Nadie le ha dicho aún que pocos nacen con
talento innato y que este debe ser trabajado y disfrutado para llegar al éxito.
Ningún adulto le ha enseñado que su potencial no es marcar goles ni controlar
el balón sino el hecho de creer en sí mismo, de esforzarse a diario y de
disfrutar consiguiendo los pequeños retos que se marca. De explotar sus
talentos y apoyarse en ellos. De eso va el éxito en la vida. Y su tutor de la
ESO aún no se ha enterado.