sábado, 31 de enero de 2015

Primer clásico



No recuerdo de dónde sacamos las entradas pero lo cierto es que conseguimos entrar al Nou Camp para ver nada menos que un Barça Madrid! Recuerdo el ambiente, sensacional así como los apretones en la tercera graderia, por aquella época aún sin asientos, con todo el mundo en pie y cierta sensación de peligro de avalancha del que sólo ahora soy consciente.
Yo no tendría más de quince años y aquél día resultaba algo especial. Habíamos quedado diez o doce adolescentes en la plaza habitual del barrio y nos habíamos provisto de elementos fundamentales para ir a ver un clásico: banderas -evidentemente con palo de escoba- , latas de cerveza, bocatas, paquetes de tabaco, un par de bengalas sencillas y el más osado - mi amigo Jordi- nos había provisto de diversas botellitas pequeñas (de las de hotel) de licores variados.
Llegamos al estadio con tiempo suficiente pero no bastó para poder ponernos todos juntos en la apretujada tercera graderia así que nos buscamos la vida cada uno como pudo. Yo me quedé con Jordi, el más decidido (y también a esas alturas el más entonado) y con Jaume cerca de una boca en segunda fila del abismo.
Camino al estadio tuvimos tiempo de ir dando cuenta de las cervezas, licores y tabaco que llevabamos encima. Debía terminarse todo aquella tarde! A ver quien era el valiente que se llevaba algo de sobra para casa….
Por mi juventud aún no bebía y sólo recuerdo dar algún trago de cerveza y de los licores de Jordi así como intentar hacerme el hombretón fumando un ducados.
La verdad es que estaba emocionado yendo al clásico. Era mi primer Barça - Madrid.
Para ser sincero no recuerdo absolutamente nada del juego ni del resultado. Sólo recuerdo vagamente la sonora pitada que se le dedicaba a Hugo Sánchez cada vez que tocaba un balón . Supongo que me quedé algo aturdido con alguno de los sorbos que di al botellín de coñac de Jordi en medio del partido, almenos si que recuerdo cierto "calorcito interno". Pero lo que recuerdo aún con mayor claridad es el momento en que Jordi dio el último sorbo a la botellita para dejarla vacía. Lo tengo tan vívido porque me quedé estupefacto al contemplar como mi amigo agarraba la botellita vacía y la lanzaba con fuerza hacia la segunda gradería mientras gritaba y reía. Me miró con cara de satisfacción buscando mi complicidad pero sólo encontró mi reproche y una mirada de desdén y preocupación. A dia de hoy, veinticinco años después no me dejo de preguntar a quién le debió abrir la cabeza aquella noche mi amigo. Si algún lector de este texto tuviera noticia de la víctima le puede contar lo sucedido años después y pedirle disculpas en nombre de Jordi.

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